N33 : JUN 2023 - NOV 2023
ISSN 2007-5480
33

Interculturalidad

Errante y extrajero: el idioma como instrumento de vida y muerte en
Los motivos de Caín de José Revueltas

Alejandra Sánchez Valencia *
UAM - Azcapotzalco

Resumen

José Revueltas en la obra literaria Los motivos de Caín, plasma de una manera magistral la dinámica entre la lengua y los hablantes. Muestra el unilingüismo y el bilingüismo, y cómo una lingua franca, podría no ser la tabla de salvación en medio de la guerra. El autor expone cómo el sospechosismo entre migrantes puede dar un giro de tuercas hacia un desenlace fatal debido a los mismos medios lingüísticos que pertenecen a ideologías diferentes.

Palabras clave
José Revueltas Caín lingua franca idioma bilingüismo hablante oxímoron
 
Abstract

José Revueltas  in the novel Los motivos de Caín, masterfully embodied the dynamics of language and the users of it. He shows both monolingualism and bilingualism, and how a “lingua franca” might not be the lifeline in a war. The author shows how suspicion among migrants can turn into a fatal ending because of the same linguistic means belonging to different ideologies.

Keywords
José Revueltas Caín lingua franca idioma bilingüismo hablante oxímoron

Introducción

Novela escrita en seis capítulos, con una nota previa del autor y una sección de palabras finales del mismo, Los motivos de Caín del duranguense José Revueltas, inicia In medias res, tras un epígrafe tomado del Génesis1  y que hace referencia al diálogo entre Jehová y Caín, donde el primero le señala que la voz de la sangre de Abel  ̶̶ ̶ su único hermano a quien le dio muerte por la envidia que tuvo a las ofrendas que presentó y fueron del agrado de Dios‒ le clama desde la tierra, por ello  lo condena en su misión de labrador a que la tierra misma no le devuelva su fuerza y que sea “errante y extranjero”. Caín, consciente de la gran iniquidad por él cometida, asume las consecuencias de sus actos: “14. He aquí que me echas hoy de la faz de la tierra, y de tu presencia me esconderé; y seré errante y extranjero en la tierra; y sucederá que cualquiera que me hallare, me matará” (Revueltas, 1991: 10).

De esta manera, José Revueltas ha marcado ya el tono que pervivirá a lo largo de la novela: una presencia omnipresente y amenazadora, persecutoria también, a la que no escapa absolutamente nada ni de su vista ni de su conocimiento.

El autor ha advertido en la nota previa dónde y cómo conoció al personaje que acompañaremos a lo largo de su narración; se trata de un desertor de la guerra de Corea a quien conoce en una taberna de Tijuana ‒ese territorio que sirve de atmósfera‒ en una desigual relación bilateral entre México y Estados Unidos, que es la sede de lo furtivo, de los vicios y que delimita la frontera, que en analogía y en perspectiva puede ser entre el bien y el mal si abrevamos en el Génesis como hipotexto, o bien entre la locura y la razón  ‒como sucede con  los veteranos de guerra‒. Tijuana, que de un lado goza de: “Una limpieza de paredes impolutas, bellas porciones geométricamente verde de pasto inglés, aire desinfectado y aun las rejas de alambre, con pintura nueva todo el tiempo a lo largo de kilómetros y más kilómetros, destinadas a separar a los dos países con el rotundo orgullo de su higiénica desemejanza” (Revueltas, 1991:20), y del otro, dando cabida al primer gran binomio de la novela: “[…] la Calle Mayor de Tijuana era un canal maloliente, viscoso, con sus casas de un solo piso, y el éxodo continuo de una multitud que no se dirigía a ninguna parte, moviéndose dentro de aquella atmósfera activa y llena de sudor […]” (Revueltas, 1991:20).

Y al evocar este espacio de cruce en el imaginario, prepara el andamiaje que hemos de transitar a su lado como narrador, de lo que le ha contado Jack, alguien de quien es más importante saber que: “Acababa de salir del infierno” (Revueltas, 1991:9) y que: “Tenía el mismo aire de haberlo perdido todo y de estar al otro lado de cualquier límite, con un terror lleno de sobresaltos ante la idea de que alguien lo descubriera bajo su disfraz de ser humano” (Revueltas, 1991:9).

El autor cita de La Biblia el pasaje en que Caín da muerte a su hermano ‒con lo cual evoca un sentido persecutorio y de opresión para iniciar la novela‒; sin embargo, al hallarse estos versículos en el Génesis, con el cual inicia la creación y la historia del pueblo judío, hay cierto paralelismo en el modo con que inicia el Evangelio según San Juan en que se lee: “1. En el principio era ya el Verbo y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. […] 4. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. 5. Y esta luz resplandece en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la han recibido.” (Torres Amat, F., 1965:1202). El Verbo es la palabra y ésta será el elemento con el que Revueltas apuntale la obra tanto con su ausencia como con su presencia, para iluminar la más absoluta oscuridad ‒o bien, en el modo subversivo del autor‒, y en franca ironía, para llevar oscuridad en donde pudo irradiar la luz de la esperanza, como habrá manera de mostrar en el artículo. Y Jack “se negaba a decir una palabra de todo aquello que le había ocurrido”; (Revueltas, 1991:9) empero, la necesidad de buscar una salida, según advierte el autor al inicio, “[…] lo resolvió a decirme poco a poco las cosas, lento, con esfuerzo, con dolor” (Revueltas, 1991:15).

Jack llevaba ya cuatro días sin dormir y nunca había estado en Tijuana, sitio que le parecía una “sancta sanctorum infernal” (Revueltas, 1991:15), un “mundo donde todos eran cómplices de algo”, (Revueltas, 1991:14) donde “Había en las gentes un aire sospechoso, una actitud furtiva y escurridiza, como si trataran de darle a todo un doble sentido, una intención oculta, pero evidentemente muy diáfana entre ellas”. (Revueltas, 1991:15) Este espejeo de su propio estado interior, va in crescendo. Ve iguales a todos los transeúntes y le parece que están confabulados en su contra, emplea el símil “como si fueran hermanos gemelos”, (Revueltas, 1991:17) y así, dentro de este sospechosismo que le aqueja, en donde algún transeúnte le pregunta si se siente bien y él cree que se trata del mismo hombre que vio al principio y cree que le persigue se pregunta en dónde está, “Si había desertado, si había escapado, era para volver al mundo, para vivir de nuevo, para reincorporarse a la vida de los hombres […]" (Revueltas, 1991:18).

La parte del Génesis en que se narra la aparición del hombre en el mundo y más tarde la huida de Caín, en esta novela de Revueltas, tiene su equivalente en la sensación que tiene Jack de que:

[…] aquel rostro se repetiría una y mil veces, en cada uno de los demás transeúntes con quienes tropezara. […] aquí y en cualquier parte, en todas las latitudes de la inmensa y dolorida tierra, y que con ese rostro amado enmascaraban la secreta complicidad que los unía en el crimen inconcreto, no dicho por nadie, no confesado jamás, que todos habían cometido, y del que sentían la triste necesidad de encubrirse los unos a los otros, con su apacible y fraternal cinismo. (Revueltas, 1991:19).

¿Pero, qué tenía Jack para sobrevivir? ¿Acaso se valdría de la palabra? No, no había ni clave ni testimonio qué decir: “[…] sería descubierto como un impostor, sin nada con qué legitimar su existencia, sin ningún testimonio verdadero que justificara su razón de vivir” (Revueltas, 1991:19).

Además, en Tijuana, este personaje se visualiza como un “otro” y al mismo tiempo como hermano de estos pobladores por quienes siente envidia, igual que Caín la tuvo por su hermano. Aunque nacido en Carolina del Sur, es mexicano por ascendencia y aunque siempre se haya comunicado en inglés, también habla el español, el idioma de sus ancestros, aun así se vive como un extraño: “Ellos viven, sueñan, comercian, copulan; yo estoy fuera, extraño, tal vez sin rostro, tal vez sin labios, sin voz y nada tiene que ver el hecho de que yo hable el mismo idioma y que también sea mexicano ‒bien mexicano por ascendencia […]” (Revueltas, 1991:20). Pronto nos enteramos que huye porque es un desertor y sospecha que en cualquier momento, los de la Military Police lo aprehenderán.

En el primer capítulo la voz narrativa nos ha hecho ver que no todo es lo que parece, y que incluso una niña pequeña ‒en el imaginario una “criatura inocente”‒, puede tornarse en un ser perverso y astuto que se valga de la palabra misma para chantajear. Lo cual resulta un motivo anticipatorio del final de la obra. Así, Revueltas se encarga de acumular binomios opuestos, algunos transgresores. Y la niña, después de que se muestra como un ser desvalido, termina utilizando una “entonación despreciativa y osada, ya no como una niña, sino en la actitud de una mujer adulta”, (Revueltas, 1991:24) y gritando en modo tal, que con malignidad consigue al menos que el vendedor de elotes crea que ella estaba siendo objeto de abuso por parte de Jack y que era un: “¡Sátiro, vicioso, pocamadre!” (Revueltas, 1991:25).

Poco después, en el reconocimiento de Tijuana como lugar, pero sobretodo de lo que implica su esencia como ser humano en franco espejeo con la población, nos hallamos como espectadores de un gran binomio paradójico en que “eran los hombres pero no eran los hombres”, a saber:

[…] Ésos eran los hombres, los seres humanos ‒se repetía Jack‒, pero al mismo tiempo no eran los hombres, no eran los seres humanos. Una prostituta, un ladrón, un tratante de blancas son seres humanos, pero lo no humano en ellos es la prostitución, el robo, el tráfico con la mercadería del burdel. […] Pensó que miraba los hechos, las cosas, los hombres […] con la mirada lúcida y terrible de los ojos que tiene el hombre que huye (Revueltas, 1991:26).

Nos enteramos ahora, por medio de una analepsis, que fueron Bob y Marjorie Mascorro ‒amigos de Jack‒, quienes le ayudaron a cambiar su uniforme de sargento por una vestimenta de hombre común y corriente (aunque él se considere un espantapájaros al ver su silueta reflejada en un vidrio) para cruzar de Estados Unidos a México.

Una y otra vez se privilegia la figura retórica del oxímoron para describir lo que observa Jack, de esta manera, un padrote y una prostituta discuten con un odio “lleno de suavidad y lejanía” (Revueltas, 1991:29), o bien, que él tiene un “aspecto desagradablemente hermoso”. El hecho de valerse de este recurso literario que consiste en la: “Unión sintáctica íntima de dos conceptos contradictorios en una unidad, la cual queda con ello cargada de una fuerte tensión contradictoria” (Ayuso de Vicente, et.al. 1997:277) ‒figura retórica utilizada sobre todo por los místicos y ascéticos en sus producciones literarias, tal cual fue el caso de San Juan de la Cruz‒, sirve para reforzar el sentido religioso en el que abreva la obra en analogía al pasaje de Caín y Abel en el Génesis.

Por lo tanto, Jack, quien se considera un “intruso que osa reintegrarse al reino”, imagina a sus perseguidores con rostros “hermosamente descompuestos” para dar lugar a un “progrom sagrado”. El autor, entonces, amalgama oxímoron e ironía en forma constante, pues por medio de la segunda y en un guiño de ojos, observamos que lo que “se dice” es lo contrario a lo que se piensa. Ayuso anota: “[…] Es fundamental, para captar el significado, que el emisor y el receptor conozcan el contexto y estén en una misma situación de comunicación. […] El estilo irónico permite burlar la censura y es frecuente en momentos de falta de libertad o de presiones muy fuertes. (Revueltas, 1991:202) […]”. Como ocurre también en: “Exsargento Jack Mendoza, desertor del ejército de Estados Unidos de Norteamérica./ Desertor de una guerra que aún no terminaba, y en la que el gran país norteamericano, ese “hogar de los libres y los bravos”, ofrecía la sangre de sus hijos para salvar al mundo democrático”. (Revueltas, 1991:35). Aunque en la medida en que avanza la obra parece reforzarse la idea de que Jack huye por haber desertado: “Desde su deserción Jack no había hecho nada sino escapar, seguir desertando siempre, cada vez de algo distinto e igual, pero siempre un sitio donde no podía quedarse, donde los hombres le prohibían la acción, es decir, le negaban su reconocimiento de ser vivo […]; (Revueltas, 1991:32-33) debido al epígrafe y a las dos figuras retóricas, así como al manejo de binomios, pulsa la idea de que debe de haber un motivo mucho más fuerte para no tener reposo ni aceptación en ningún lugar.

Capítulo tras capítulo, José Revueltas recurre a una analepsis, a un flashback que nos permite ir organizando el andamiaje en donde se revela, por ejemplo, que él fue un estudiante universitario de psicología que no concluyó sus estudios y que trabajó como obrero con Marjorie y Bob Mascorro ‒simpatizantes de los comunistas‒, quienes le proporcionaron gran ánimo fraternal cuando él huyó del servicio militar que prestaba en Corea, pues ellos estaban en contra de dicha guerra. Sin embargo, lo reflejado en el texto hace que el lector se pregunte ¿por qué Jack siente asfixia al recordarlos y cree que no ha tenido una lealtad absoluta para con ellos? Se nos revela que Jack no era ni comunista ni anticomunista, y que el hecho de no adoptar partido no habría gustado a sus amigos.

Otra analepsis en la que se habla de “un furioso aguacero”, tiene ecos del Génesis que hace referencia a la destrucción del mundo por haber pecado, por lo que únicamente se salvan Noé y los suyos en el arca. Revueltas transfiere esta analogía al barrio de El Hoyo y Carmelita Street, donde el aguacero cae con especial saña y reinan “las tinieblas más absolutas”. Esta atmósfera asfixiante, en que Lutero Smith, predicador adventista, afro y trastornado, también errante en el barrio mexicano, pregunta a Jack con su cavernosa voz: “También tú, también tú has visto los signos de Jehová en la noche de los puñales afilados…en la noche del extermino…?”, (Revueltas, 1991:40), con lo que a medida que avanza la novela, se hace sumativa la referencia a la omnipresencia del dios del Antiguo Testamento.

No es casualidad que la pregunta hecha por el pastor sirva como un motivo anticipatorio. Por lo pronto se contextualizan históricamente los disturbios angelinos, conocidos también como los motines pachucos en Los Ángeles, California y el caso de Sleepy Lagoon (La laguna del sueño) ‒en que hay un muerto en la comunidad de origen mexicano y el perpetrador del acto escapó‒. ¿Acaso es Jack? ¿Por qué no se entrega? La palabra del religioso afectado de sus facultades mentales va de la pregunta a la aseveración, del tono suplicante al desgarrador: “—Si lo has hecho, entrégate por misericordia y amor a tus semejantes. Todos debemos entregarnos cuando lleguen los centuriones y llamen a la puerta. Si mataste, no dejes que tu crimen caiga sobre los inocentes” (Revueltas, 1991: 42).

Y al hablar de los “linchadores blancos” se evoca el momento histórico de las redadas en que los “marines” y la policía de Los Ángeles, llevaba prisionero a todo individuo con atuendo pachuco ‒y por ello sospechoso de su culpabilidad en el crimen‒; se necesitaba de un chivo expiatorio durante la Segunda Guerra Mundial.

Así, todas estas analogías resultan sumativas para la siguiente gran analepsis hecha por Revueltas. Jack es el Sargento Mendoza y junto con los soldados Tom y Elmer, realizan un servicio de patrulla en Corea, donde a fuerza de bombas y destrucción, los estadounidenses apostaban por acabar con el comunismo. Y como ocurre en la guerra cuando se dispara en abstracto contra una posición abstracta, el enemigo es un ente sin nombre ni historia; empero esta apreciación es subvertida un día en que, a pesar de la destrucción territorial, durante el patrullaje, el sargento y los soldados encuentran una pequeña área de tierra cultivada y espigas ‒un verdadero paraíso‒.

Aunque las reacciones de todos ellos son de asombro y gran reverencia, la que más llama la atención es la del soldado Tom, que impresionado saca una pequeña Biblia para rezar y recuerda sus orígenes como un “buen” agricultor que incluso ha dado trabajo por lo menos a cincuenta mexicanos, y retomará su ocupación en cuanto termine la guerra.

En esta atmósfera de arrobamiento se escucha el sonido de una radio que no sintoniza bien y que es manipulada por un joven norcoreano de unos veinticinco años, que está fascinado con esta expresión de la tecnología. De los tres hombres que realizaban el patrullaje, el más celoso de su deber es Tom, quien inmediatamente se transforma en un robot de guerra, sin sentido común, pero sobre todo sin empatía alguna ‒con lo que una vez más, Revueltas emplea con ironía los binomios‒. Al joven “sin nombre”, se le adjudica de manera inmediata el ser un “diablo asiático”, “lacayo de Rusia”, rojo comunista, quizás un guerrillero, francotirador, un espía a quien no debía matarse inmediatamente, sino hacerlo prisionero, de tal suerte que los del Servicio de Inteligencia ‒por medio de sus métodos‒, se encargasen de que él confesara “todo” antes de “quebrarse”. El norcoreano, en decidido gesto amistoso y de súplica balbuceó “crims, frinds”, algo que el sargento Jack Mendoza percibió como un intento de pronunciar “comrades, friends” (camaradas, amigos). A él debía quedarle bien claro que jamás lo serían; por eso la respuesta se dio entre gritos y movimientos violentos: “¿Qué podía pensar el norcoreano de ese golpe imprevisto y esas palabras incomprensibles e inútiles, dichas en un idioma extranjero?, se preguntó Jack” (Revueltas, 1991:69).

Empero, en el camino y en medio de la penosa migración hacia el cuartel, a Jack se le ocurrió cantar las canciones mexicanas que su madre le cantaba en Carmelita Street. José Revueltas se vale de un nuevo giro de tuerca, pues el norcoreano ‒a quien desde la propia cultura se le atribuye una pronta desmoralización y se le considera un hombre sin rostro, en el sentido de que resulta incomprensible el poder interpretar su gesticulación, al igual que la de todos los asiáticos sean “[…] chinos, mongoles, japoneses, coreanos, birmanos, indochinos y demás […]” (Revueltas, 1991:73)‒, canta en español y sabe la canción que interpreta Jack: “[…] comenzó a cantar en español con una vocecita aguda y temblorosa […]. El ay, ay, ay, sonaba desgarrador y grotesco” (Revueltas, 1991: 73).

En medio de un escenario apocalíptico, la palabra, el idioma en común insufla vida. La palabra hermana a Jack con el coreano. Ahora los estrecha el vínculo de un bilingüismo no compartido con Tom o Elmer –que son unilingües–. Aún más, el joven es “paisano”; había nacido en Culiacán, su madre era mexicana y su padre coreano, pero a él lo mandaron a estudiar a la tierra paterna. Jack, desde su rango de sargento, y usando el español como lingua franca, –una lengua en la que podrán comunicarse, hacer contacto y puentear información en tanto la lengua madre de uno es el coreano, y la del otro el inglés–, instruye al joven de este modo:

‒ ¿Quieres un consejo, paisano? ‒ dijo en un tono cordial y seguro de no ser comprendido por los otros dos hombres‒. Cuando te interroguen, guárdate lo de tus estudios en Peipín. Un universitario no se convierte en guerrillero sin ser comunista convencido. […] Por cuanto a tu estúpido carnet del partido, lo tiré a la cuneta de la carretera ‒tosió con nerviosidad‒. Ahora será mejor que, mientras conversamos, no repitas la palabra ésa… comunista ‒hizo una ligera inclinación hacia Elmer y Tom‒. Se entiende en todos los idiomas…” (Revueltas, 1991:76-77).

En apariencia, ha resultado la estrategia perfecta. Los demás no entienden, y de existir sospecha alguna no pueden tener la seguridad.

Una vez llegados al SIM (Servicio de Inteligencia Militar), el coreano es entregado y es torturado por el teniente Sidney Morris y la doctora Jessica Smith.

La descripción de esta resulta amenazante por medio de la hipérbole, su voz es una triada macabra que “parecía a un mismo tiempo de hombre, de mujer y de niño”. (Revueltas, 1991:96). Si es delineada como “[…] una mujer obesa y fuerte, con unos senos gordos y la cara extraordinariamente ancha […]” (Revueltas, 1991: 97) es para garantizar un binomio contrastante contra el “[…] flaquito cuerpo infantil, anguloso, donde los huesos estaban a punto de romper la piel translúcida, endeble” (Revueltas, 1991:97) del joven coreano comunista ‒quien pese al maltrato, no había revelado información alguna que pudiese afectar al sargento Jack Mendoza, única persona en la que confiaba.

Tom, el soldado con un cargo en el SIM, advierte a su sargento que si el comunista “vomita todo” se sabrá que él se deshizo de su carnet por querer ayudarlo. Aunado a ello se requieren los servicios de Jack Mendoza para traducir lo que Kim ‒el joven norcoreano‒ tiene que decir, pues no se le ha podido doblegar de ningún modo. Cansados entonces el teniente Morris, y los soldados, dejan a solas al prisionero y al intérprete sin contar con que la científica desea quedarse. Así, Jack se acerca al coreano: “‒¡Kim! Yo soy el sargento mexicano‒ dijo lentamente en español, la voz muy clara, separando las sílabas‒, el que cantaba aquellas canciones mexicanas… […] Ninguno sabe español, nadie nos entiende. Dime lo que quieras decirme. No te traicionaré”. (Revueltas, 1991:103-104).

Kim le ruega a Jack que le dé muerte y que haga el favor de informar a los obreros que murió siendo un buen comunista. José Revueltas, en el constante manejo de binomios irónicos que sorprende, y teniendo en cuenta como un motivo anticipatorio de malignidad a la pequeña niña de Tijuana, al inicio de la obra, que muestra una faceta no esperada, adelanta la figura monstruosa de la científica Jessica cuando exclama: “¡Ahora tú escopir, comunista, tú escopir todo lo que tú sabes! […] Mí saber mocho español […]”.(Revueltas, 1991:108).

La palabra, por lo tanto, vaticina momentos verdaderamente apocalípticos, Jessica Smith es la total dueña de la escena, de este modo se ha desenmascarado como una hablante bilingüe que ha comprendido la conversación que ellos tuvieron. La doctora ha provocado la más grande tortura psicológica: los ha dejado expuestos y sin esperanza, tanto al prisionero como al sargento ‒a quien le pide ayuda para martirizar al asiático quien finalmente muere de manera ignominiosa‒.

La analogía de la que se ha valido José Revueltas entre Jack y Caín es que ambos mataron a su hermano, y a partir de ese momento fueron errantes, sin lugar donde encontrar descanso pues eran perseguidos por un ojo omnisciente, divino, que clamaba justicia. Vemos entonces cómo el autor, por medio de la ironía, la subversión de los binomios, el oxímoron, la selección de adjetivos, y el recurrente uso de la analepsis, nos ha demostrado que la misma palabra, el mismo idioma que insufla vida, también provoca la muerte, condenando a un devenir: entre el Génesis y el Apocalipsis, a un ser que se asume como errante y extranjero.

Referencias

Ayuso de Vicente, M. V., García Gallarín, C., Solano Santos, S. (1997). Diccionario Akal de términos literarios (2ª. ed). Madrid: Akal.

Revueltas, J. (1991). Los motivos de Caín (5ª. Reimpresión, primera edición original 1957). México: Era.

Torres Amat, F. (Trad.) (1965). La Sagrada Biblia. Carolina del Norte: Sopena Argentina.


* Alejandra Sánchez Valencia: Profesora-investigadora titular C, tiempo completo en Lenguas Extranjeras en la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco. Licenciada en Enseñanza de Inglés, maestra en Estudios México-Estados Unidos, y maestra en Letras Modernas (en Lengua Inglesa), diplomada en literatura infantil y juvenil, realizó una estancia académica en la Universidad de Oslo, Noruega sobre cuentos folclóricos. Pertenece al Grupo de Investigación de Lingüística Aplicada (GILA) de la UAM-A, así como al Grupo Fronteras de Tinta de la FES Acatlán y a la ChLA (Children’s Literature Association). Ha sido ponente en congresos dentro y fuera del país. Cuenta con publicaciones nacionales e internacionales de artículos de investigación y obra propia.

1 Capítulo cuatro, versículos 10,12,13 y 14.