N30 : DIC 2021 - MAY 2022
30

Número especial:
12° Coloquio de Lenguas Extranjeras

12° Coloquio de Lenguas Extranjeras

Email, WhatsApp y Zoom en tiempos de la COVID-19

Mi eterna gratitud y amor a mis ancestros, pues su resiliencia demostró que no solo es sobrevivir a la tragedia, sino dar fruto alrededor

Alejandra Sánchez Valencia *
UAM - Azcapotzalco

Resumen

La OMS declaró pandemia a la COVID-19 el once de marzo de 2020, y a partir de ese momento, hasta los más reacios a las nuevas tecnologías tuvieron que prepararse, como pudieran, para poder contactar con los alumnos. Para cuando el décimo segundo Coloquio de Lenguas Extranjeras de UAM-Azcapotzalco tenga lugar, se habrá cumplido ya un particular año de cuarentena, y tres trimestres de dar clase a distancia.

La tecnología ha sido el medio, pero ciertamente no es el fin. Ha resultado una bendición el poder conectarse de esta manera sin poner en riesgo la salud, pero la conexión humana, tan característica al aprender otro idioma, sigue siendo trabajo de puntadas con hilo invisible, de mucha paciencia y no siempre es consecuencia de un enlace tecnológico, pero éste puede ser la gran puerta de acceso a ese otro encuentro. Haré una exposición de los retos afrontados en este año durante los cursos que impartí en CELEX, pero también de los frutos que cosechamos los alumnos y yo a partir del Email, WhatsApp y Zoom, para hallar solaz en las historias compartidas que, al fin y al cabo, para ello nos sirve el idioma: para narrar.

Palabras clave
zoom email whatsapp COVID 19 enseñanza de inglés en línea nuevas tecnologías pandemia 2020
 
Abstract

WHO (World Health Organization) declared COVID-19 a Pandemic on March 11, 2020. Since then, even the most reluctant professors to New Technologies had to train themselves, as they could, in order to contact with students. By the time the Twelfth Colloquy in Foreign Languages (CELEX) at UAM-Azcapotzalco takes place, it would have been already a particular year of quarantine and three quarters of teaching online.

Technology has been the means, but not the end. It has been a blessing to connect through technology with no risk to health, but “human connection” -a characteristic of learning another language, has been a piece of work of invisible stitches, lots of patience, and certainly not the consequence of “connecting with technology”, although it might be “the entrance”. I am going to present the challenges I had to face during the courses I gave at CELEX (Foreign Language Center); but I will also write about my students and I reaping the benefits through Email, Whatsapp and Zoom, to find out solace in sharing stories. At the end, that is the purpose of a language: to narrate.

Keywords
zoom email whatsapp COVID 19 teaching english online new techonologies pandemic 2020

La OMS declaró pandemia a la COVID-19 el once de marzo de 2020, y a partir de ese momento, hasta los más reacios a las nuevas tecnologías tuvieron que prepararse, como pudieran, para poder contactar con los alumnos. Para cuando el décimo segundo Coloquio de Lenguas Extranjeras de UAM-Azcapotzalco tuvo lugar, se había cumplido ya un particular año de cuarentena, y tres trimestres de dar clase a distancia.

La tecnología ha sido el medio, pero ciertamente no es el fin. Ha resultado una bendición el poder conectarse de esta manera sin poner en riesgo la salud, pero la conexión humana, tan característica al aprender otro idioma, sigue siendo trabajo de puntadas con hilo invisible, de mucha paciencia y no siempre es consecuencia de un enlace tecnológico, pero éste puede ser la gran puerta de acceso a ese otro encuentro. Haré una exposición de los retos afrontados en este año durante los cursos que impartí en CELEX, pero también de los frutos que cosechamos los alumnos y yo a partir del Email, WhatsApp y Zoom, para hallar solaz en las mismas historias compartidas que, al fin y al cabo, para ello nos sirve el idioma: para narrar.

Era una de esas mañanas frescas que anunciaban la recién llegada primavera hace unos diez o doce años. Jacarandos y colorines lo gritaban a voces mientras algunos maestros y yo entrábamos a una de esas juntas que tan bien sientan para degustar un buen café, después de haber concluido trimestre y entregado calificaciones.

Habría Coloquio en el otoño, en noviembre, en una época en que nuestro calendario escolar aún no había sido transformado. Hablamos de las nuevas tecnologías y no nos poníamos de acuerdo más que en un solo punto: aunque se nos fuera la luz, se cayera el sistema, fallara el PowerPoint… nuestra clase no se vendría abajo. ¿Cuántas veces no se había ido la corriente y al no poder poner el audio en un examen leíamos de ronco pecho el “script” haciendo voces diferentes para los personajes del diálogo? ¿En cuántas ocasiones, al ir al salón, resultaba que era una de esas eventualidades en que la puerta tenía llave y no podíamos pasar? Aun así, la clase la teníamos: el conocimiento ahí estaba, y mientras hubiera pluma y papel, tierra y una ramita, o una ventana empañada donde escribir con el dedo, no había nada qué temer. El conocimiento, insisto, estaba ahí, y no había barreras que no sorteáramos para compartirlo. Tal vez como en una suerte de romántico imaginario de película sobre los maestros griegos y sus discípulos; donde Sócrates, Platón o Aristóteles, se inclinaban y dibujaban en la arena –si es que alguna vez fue así–.

En el tiempo que rememoro de la junta ya existían los correos electrónicos, los celulares y la aplicación de mensajería SMS. Faltaba muy, muy poco para que los “teléfonos inteligentes” fueran del dominio popular y existiera el WhatsApp.

La desconfianza que a algunos de nosotros nos generaba la tecnología era la apuesta total que le hacían algunos maestros o alumnos, al grado de que si ésta fallaba, el ponente enmudecía. Y aunque los demás instábamos a que hablase de su tema —aunque no viéramos la linda presentación que había hecho—, era inútil sacarlo de ese estado de parálisis o de verdadero “shock”.

Pero el mundo cambia y los acontecimientos que sacuden a una nación repercuten en muchos otros sitios. ¡Como humanidad hemos debido sortear tantos momentos y a veces fluir contracorriente a semejanza de los salmones! Guerras, hambres, pestes. En México, tras los terremotos de 1985 fue parte de nuestro vocabulario el “no corro, no grito, no empujo” —como medidas de seguridad para saber qué hacer durante un sismo— ¿Y recuerdan la mañana del once de septiembre de 2001? ¿Los atentados en las Torres Gemelas del Bajo Manhattan en Nueva York? A partir de ese momento hubo que llegar con tres horas de anticipación a los vuelos internacionales y nada de llevar algo que pudiera resultar sospechoso en el bolso de mano.

Nadie habría fantaseado que aquel imaginario griego pronto cambiaría… El once de marzo de 2020, la OMS (Organización Mundial de la Salud) declaraba a la COVID-19 como pandemia ocasionada por un coronavirus originado en Wuhan, China.

Y el mundo se hizo invisible, o al menos eso pensaron algunos

Fue hace años también en que emocionado, uno de mis amigos me narraba la película que había visto con su hijo. Me contaba que trataba de un niño al que hacían “bullying” en la escuela y alguien le sugirió ponerse unos lentes para el sol que le permitirían ver a todos los demás sin que los otros lo vieran a él.

            Algo así paso al inicio de la pandemia en 2020. No era tan solo que en las noticias se hablara de muchos CEOs (Chief Executive Officers o directores ejecutivos) que salían, en apariencia, muy trajeados a las juntas desde casa. La sorpresa era que la camisa de manga larga, el saco y la corbata no eran el atuendo completo. ¿Y qué decir de la senadora que por alguna razón se sintió invisible al salir de la ducha e ingresar a la reunión desde el baño? Por algún motivo fueron bastantes los que se sintieron portadores de las gafas de la supuesta invisibilidad: no sabían que el Big Brother de George Orwell (1984), había devenido en los “big brothers and sisters”.

En el 2020, la plataforma Zoom saltó a la fama como una de las aplicaciones preferidas que dejaba atrás a Skype y a Hangouts (de Google), por resultar más intuitiva, poder utilizarse tanto en computadoras como en dispositivos móviles y sistemas de sala. Aunque había sido fundada en 2011 —básicamente para las juntas empresariales—, su despegue se dio a raíz de la pandemia ya que a nivel tecnológico permitía: “1.- reuniones individuales, 2. Videoconferencias grupales, 3.uso compartido de pantalla”. (Gestión, 2020:1).

Me parece, sin embargo, que simbolizaba algo más a nivel metafórico: era como una gran incubadora que albergaba a los humanos mientras se fortalecían y podían estar en condiciones de salir al mundo; o también representaba –en modo análogo–, a una cámara estéril, como la que se utiliza con algunos pacientes inmunosuprimidos y más vulnerables para que, desde su “burbuja” puedan estar en contacto con sus seres queridos evitando riesgos innecesarios.

Y un buen día, fue Zoom la plataforma que me permitió estar en contacto con los alumnos para dar clases de inglés. Fueron los rostros de todos –o al menos de la gran mayoría– que pude ver, con sus nombres y con toda gama de sonidos hasta que los micrófonos eran silenciados. Recámaras, cocinas, salas; maderas, aplanados y obra negra convivían a la par. A veces alguna madre de familia agitaba la mano para saludarme, y en otras había niños que repetían los vocabularios que estaba trabajando con los alumnos que eran sus tíos o hermanas bastante mayores. Y aunque a veces me parecía vivir un mundo surrealista, con otro tipo de sismo que me provocaba decir: “No oigo, no veo, no conecto”; la verdad es que me sentí afortunada y bendecida.

Ciertamente cambió la manera de vernos (y al final de mirarnos), pero también mudaron los discursos, las respuestas a los contenidos de clase, por ejemplo, en el nivel dos, que se estudia el pasado:

  • What did you wear yesterday? (Latham-Koenig, 2017:56).
  • My pajamas. (Risitas del resto del alumnado mientras yo ponía cara de sorpresa).
  • But you were in class…
  • Yes, professor. I just changed my top. It was another T-shirt. (Más risas).

Y pasaban los días y yo me preguntaba si estaba de moda entre los varones el usar gorra, como cuando el hip-hop. Una vez más los alumnos me explicaron que debido a la pandemia no habían ido al peluquero y ya no sabían cómo peinarse, entonces preferían camuflar la melena.

El discurso del nivel uno, donde se habla de la cotidianidad, también cambió, pues preguntas que hacían alusión a las rutinas para desplazarse e ir a la escuela o regresar a casa, fueron sustituidas por una realidad que nos rebasaba. Veamos, en preguntas como las de la lección 4B:

“How do you go to school?” (Latham-Koenig, 2017:31). En alusión a los medios de transporte utilizados y como información adicional a los tiempos invertidos, la respuesta se sustituyó por algo tan cierto que parecía ficción:

“Righ now, I am not going to school. There is a Pandemic Emergency. We are locked in. This is a quarantine”. (Por el momento no estoy yendo a la escuela. Estamos en urgencia sanitaria por la Pandemia. Estamos encerrados, esta es una cuarentena”.

O bien preguntas como:

“What time do you start your classes?” (Latham-Koenig, 2017:31). Había que matizarlas con un: “I start my classes online at 8:00 am” (por ejemplo). ¡Por fortuna seguíamos teniendo nuestras clases, lo nuevo es que ahora eran en línea: no por elección, sino por la situación mundial!).

Y finalmente, preguntas del tercer nivel en que se enfatizan los planes a futuro, como:

“What city are you going to go in your next vacation?, How are you going to get there?, How long are you going to stay there?” (Latham-Koenig, 2017: 79). Tenían que ser respondidas en un nuevo contexto:

“So far, it is quite risky to go out if not necessary. There is a Pandemic. So, in my next vacation I hope to catch upon my readings, and watch a TV series in Netflix. Also, I am going to clean my bedroom!!”. (Por lo pronto resulta riesgoso salir si no es necesario. Estamos en pandemia, así que en mis próximas vacaciones espero ponerme al día con mis lecturas, ver una serie de televisión en Netflix y arreglar mi cuarto).

Y con este tipo de respuesta, desdramatizábamos una situación mundial, nos hermanábamos y “tener vacaciones” no era sinónimo de tener que salir para pasarla bien, y eso de arreglar el propio espacio siempre causaba risa.

He hablado ya de lo que fue ir “mudando” el tipo de respuestas a lo aprendido en el libro y lo que se esperaba según lo vivido como cotidianidad hasta antes de la pandemia, y cómo las nuevas respuestas hermanaban pues la situación no era de un solo sector de la población. Conviene entonces recordar lo dicho por el psiquiatra y especialista en el estudio de las emociones, el brasileño doctor. Augusto Cury:

El exceso de información provoca falta de placer con el aprendizaje, además de ansiedad. El pequeño microcosmos del aula se ha transformado en un rincón repleto de personas extrañas, tensas, cuya relación no tiene nada de profunda. La educación debe humanizarse. El profesor debe hablar de su mundo mientras se ocupa del mundo exterior, mientras enseña física, matemáticas, química o idiomas. (Cury, 2009: 206-207)

¡Y eso estábamos haciendo!

PETE THE CAT (Pete, el gato) y lo que nos podía permitir en tiempos de COVID-19

Fue así, que aprovechando la experiencia de Zoom para vernos los unos a los otros, decidí echar mano de un libro-álbum para narrar a los alumnos. Y entonces dio inicio una nueva aventura. Escrito en 2001 por James Dean, un ingeniero eléctrico que mudó de profesión hacia la literatura infantil al crear al personaje “Pete the Cat”, en colaboración con Eric Litwin, encargado de la parte artística, en especial de la melodía, di con este libro que ayuda a los niños pequeños a aprender a restar, pues los números que se manejan van del cero al cuatro, o al revés, como veremos.

Se trata de una historia simple y al mismo tiempo profunda, de cadencia jazzística, pegajosa, que atrapa la atención no solo de los pequeños. Pete es un gato que se siente afortunado al ponerse su camisa favorita que tiene cuatro botones maravillosos, redondos, coloridos y grandes.

Pete the cat put on his favorite shirt with four big, colorful, round, groovy buttons. He loved his buttons so much, he sang this song: (Dean, 2012: 2).

Situación que lo insta a cantar un estribillo en que habla de sus cuatro maravillosos botones:

“My buttons, my buttons, my four groovy buttons. My buttons, my buttons, my four groovy buttons.” (Dean, 2012: 4).

Pero en ese alegre momento se encuentra, cuando salta uno de los botones, quedándose solo con tres:

Pop! Oh, no! One of the buttons popped off and rolled away. How many buttons are left? (Dean, 2012: 6).

Se hace entonces la resta: 4-1 = 3 (Four minus one equals three –que esto no viene escrito, pero se infiere debe leerse). (Dean, 2012: 7).

Somos testigos, entonces, de la primera pérdida de Pete, el gato. ¿Acaso llora? ¡Claro que no! Y enfatiza que “los botones van y vienen”.

“Did Pete cry? Goodness, no! Buttons come and buttons go (Dean, 2012:10), mientras que en la página 9 observamos a un gato que piensa que aunque tiene tres el asunto es “Groovy!” -o sea “maravilloso”-.

Y así, uno a uno, va perdiendo Pete cada uno de los botones de su camisa hasta que ésta queda sin ninguno:

Pete looked down at his buttonless shirt, and what do you think he saw? (Pete ve hacia abajo su camisa sin botones, ¿y qué creen que es lo que vio?).

Y es aquí donde viene un giro de tuerca en la narrativa:

HIS BELLY BUTTON! And he kept on singing his song: (Dean, 2012:.23). (Pete vio su ombliguito, que es un juego fonético de “button” –botón--, es el “botón de su pancita”; así se dice en inglés). Y al verlo, lleno de alegría, prosigue con la pegajosa canción que al momento ya todos los alumnos dominan:

“My button, my button, still have my belly button. My button, my button, still have my belly button.” (Dean, 2012:.26) (Mi botón, mi botón, aún tengo “el botón de mi pancita” (el ombliguito), y con el ánimo elevado, repite dos veces el estribillo).

Mientras que en la página 25 se nos muestra a Pete, con un globito que refleja su sentir y dice con letras mayúsculas: IT’S ALL GOOD! (¡TODO ESTÁ BIEN!).

Se da entonces un nuevo giro, no en la trama, sino en la voz del narrador que por una parte resume la anécdota de la historia con un:

I guess it simply goes to show that stuff will come and stuff will go. (Dean, 2012: 27) (Yo creo que simplemente demuestra que las cosas van y vienen). Y remata entonces con una pregunta no sobre Pete, sino sobre la propia audiencia, sobre los propios lectores:

But do we cry? Goodness, NO! We keep on singing. (Pero: ¿y lloramos? ¡Claro que no! Seguimos cantando).

Y el cierre es la conclusión: “Buttons come and buttons go”. (Dean, 2012:.29) (Los botones van y vienen).

¿Cuál sería entonces la relación de este libro-álbum que enseña a restar a los niños pequeños y yo estaba utilizando en un tiempo de pandemia y clases en línea? Los alumnos respondieron: en apariencia restaba, pero en realidad contaba las bendiciones, lo que aún le quedaba. En todo momento estuvo consciente de que “las cosas van y vienen; los botones van y vienen”, y su actitud hacía la diferencia, no se estancaba en cada pérdida, tenía ánimo hasta de comer un helado, o irse a la playa.

Y entonces fue mi participación: nosotros trabajaríamos con un idioma, y ello nos daría la oportunidad de narrar; podríamos hablar de nuestra cotidianidad, de nuestras historias, nuestro pasado, nuestros planes y proyectos, nuestros sueños, nuestro futuro. Debía quedarles bien claro que todos teníamos una historia, que no siempre hubiera tiempo para compartirla, o nos diéramos la oportunidad de hacerlo era otra cosa, pero les dije que, seguramente, los seres humanos nos hermanaríamos al ver las similitudes de nuestra existencia, de nuestras narrativas. Desafortunadamente vivíamos una época violenta, en que muchas veces oíamos cómo alguien subía a la micro y algún delincuente le pedía el cel., sus libros, sus pertenencias, pero un idioma era una alcancía de recuerdos y palabras en mente y corazón, y eso, absolutamente nadie nos lo podía quitar. Ahí estaba la gran analogía que yo encontraba y compartía con ellos: Pete había perdido los botones de su camisa, pero no el ombliguito; así con el idioma, con nuestras historias, y en medio del silencio que siguió tras la reflexión hubo una sonrisa de complicidad.

Pasamos así a la segunda herramienta tecnológica.

Email, las cartas de nuestros ancestros

Ya había mencionado al doctor Augusto Cury, quien ha hecho un extraordinario trabajo respecto a las emociones de los seres humanos y la relación de la juventud con sus padres y maestros. Una de las citas más inquietantes que da el autor y que al mismo tiempo es un gran llamado, sobre todo en estos tiempos, es que:

Profesores y alumnos pasan años juntos sin que sus historias se crucen, sin aprender mutuas lecciones de vida. ¿El resultado? Los alumnos salen de las universidades con un diploma en la mano, pero sin estar preparados para lidiar con fracasos, decepciones, desafíos y competencias. No saben abrir las ventanas de su mente, ignoran cómo liberar su creatividad, cómo pensar antes de reaccionar, cómo interpretar lo que no revelan las imágenes y rescatar el liderazgo del «yo» en los momentos álgidos de tensión. (Cury, 2009: 207).

Esta segunda herramienta tecnológica que traigo a colación tuvo su antecedente el siglo pasado en la década de 1970. Nadie diría que en plena pandemia sería de grandísima ayuda. Y ahora doy un ejemplo:

Era una de esas noches de un día largo, estaba empijamada y me disponía en breve a descansar; pero casi como un movimiento reflejo apreté el botón de email, había el mensaje de un alumno que leí de inmediato y me alarmó. En principio se disculpaba por enviarme un correo a esa hora, de antemano advertía que no quería abrumarme, pero se sentía muy mal, y sabía que yo era una profesora que se preocupaba por sus alumnos. Me contaba que habían pasado ya dos trimestres de pandemia y en ese tercero había incrementado su sensación de desasosiego y que planeaba abandonar todo; pero algo lo detenía: había aprendido mucho durante nuestras clases, el examen estaba cerca y le consternaba qué pensaría yo. Finalmente me pedía consejo a su idea de dejar todas las clases.

Inmediatamente le contesté. Ya habíamos hablado en el grupo respecto a vivir un tiempo atípico; sin embargo, debíamos recordar que la humanidad y las diferentes generaciones habíamos tenido grandes retos que ir enfrentando. Era normal que se sintiera así; como sociedad compartíamos el experimentar de tanto en tanto esas emociones. Sugerí que si tenía deseos de llorar lo hiciera, que viera al cielo, respirara hondo y que continuara con la vida. Era importante no estacionarse en ese desasosiego. En tanto me pedía mi opinión, le recomendaba ser perseverante y proseguir con sus clases; le recordé que en tiempos de crisis lo mejor era hacerse de una rutina lo más sana posible a la brevedad, y finalmente le recordé que él tenía el nombre del arcángel de la salud. Yo le acompañaría con mis oraciones. Le aseguré que todo esto pasaría y me despedí deseándole muy buenas noches, que descansara y reparara fuerzas, y que nos veríamos en nuestra próxima clase. Su respuesta fue breve, pero me tranquilizó: “Thank you for your support!”.

De lo que yo podía recordar él había asistido a todas nuestras sesiones y hecho sus tareas; además ponía mucha atención y tenía la cámara abierta. ¿Estaba equivocada, acaso? ¿Había algo que no había percibido? Revisé mis listas y notas: estaba en lo correcto, no lo confundí con nadie más. Yo también necesitaba descansar.

Esto fue, lo que en alguna ocasión y con casos parecidos he denominado: “el mensaje de la botella” que se arroja al mar con la esperanza de que alguien lo lea y llegue a prestar ayuda. Recé nuevamente y dormí; debía reparar fuerzas yo también.

En nuestra siguiente clase: ahí estaba él; atento como siempre y sonreía. ¡Claro que había hecho su tarea! Y así fue hasta el final del curso que aprobó con una muy redondita “B” ganada a pulso. Me dio las gracias por haber respondido a su mensaje aquella noche que me juraba fue crucial. Y a partir de ese momento retomó el ejercicio y su ánimo subió. Terminaba el trimestre muy contento y satisfecho; había aprobado bien todas sus materias, y lo mejor de todo es que había aprendido y estaba listo para continuar, aunque siguiera la pandemia y las clases en línea. Me dio las gracias por “haber salvado su trimestre”; pero le hice ver que fue él con sus acciones y su esfuerzo quien dio un viraje al desconsolado panorama que veía enfrente. Yo, por mi parte, agradecí a Dios.

WhatsApp, el otrora “telegrama de los viejos” (como dirían en Sudamérica)

Recordaremos, algunos de nosotros, que el gran éxito de un telegrama era la velocidad, y que en un reducido número de palabras se expresaba el contenido, el alma de lo que había que decir. Y nuestro moderno telegrama tecnológico llamado “WhatsApp” cumplió perfectamente esa misión, particularmente para recuperar la calma, para desactivar las “bombas de tensión” que originaban las malas conexiones. Así, fue muy importante, desde iniciado cada curso, generar un grupo de WhatsApp, lo cual permitió, que en plena clase, escucháramos que alguno de los alumnos decía: “Maestra, Bruno dice que cada que logra entrar a la sesión, lo saca la plataforma, que está fallando la conexión”. Dile a Bruno, por favor, que no se preocupe, que siempre será bienvenido, “algo será mejor a nada”, si 30 veces lo saca, que vuelva a entrar 30 veces. No importa”. En otras palabras, WhatsApp cumplió la función de ser el medio por el cual se podía refrendar el compañerismo: nadie estaba solo.

Conclusiones

¿Recuerdan cómo empezó toda esta disertación? Rememorando un intertrimestral en marzo, en la época en que los jacarandos y los colorines están en flor de manera poética y espectacular en la UAM-Azcapotzalco, cuando pensando en un Coloquio de lenguas extranjeras que nos reuniría en el otoño, no acabábamos de ponernos de acuerdo entre colegas respecto a la importancia de la tecnología.

¿Y saben algo? Movidas las fechas en nuestro peculiar calendario, y como un lindo “serendipity” de la vida, una afortunada coincidencia, este Coloquio 2021 ha tenido lugar en marzo, en nuestro intertrimestral que es un agradable suspiro para discernir entre todos nosotros. Después de este recorrido me doy cuenta de que si bien es cierto la tecnología es una gran ayuda, y mucho más en este tiempo histórico que estamos atravesando como humanidad, ese trabajo invisible que hacemos los profesores con nuestras horas de preparación, ese quehacer fino de conectar de veras, desde el corazón y la vida, es un privilegio que tenemos los humanos: las máquinas se hicieron para el hombre y no el hombre para las máquinas. No son ellas quienes dirigen, enseñan, consuelan, alientan, ¡pero qué buenos instrumentos pueden ser!

Al final, en medio del desconcierto ante las historias de sufrimiento y temor que han salido a relucir en este año, también están los recuerdos y los sueños, las historias, ¿cierto? Somos personajes en tiempo y espacio, y para ello nos ha servido la lengua.

A los jacarandos y a los colorines de la UAM-Azcapotzalco no podemos verlos por la pandemia, pero sí imaginarlos, muchos UAMeros los llevamos en el corazón, —¡tenemos colección de fotos!!— Y así como están floreciendo ellos, también muchos de nuestros estudiantes que se han tornado mucho más resilientes, ¡qué alegría haber podido acompañarlos!

Y en medio de una juventud del Instagram, del Google, del pop coreano, las bicicletas para las rodadas, y los emoticones, a un año de distancia, percibo a jóvenes que cada vez se enfocan más. Email y WhatsApp son la puesta al día de las cartas y telegramas que nos precedieron, de esa necesidad de contactar de veras, y Zoom es la realidad de lo que pudo ser un sueño futurista.

¡No lo sé, tal vez para el siguiente Coloquio asistirán nuestros hologramas como aquellas escenas de Star Wars! No, espero que no sea necesario: ¡nada como las sonrisas frente a frente (si es que ya no es necesario el cubrebocas), y el convivir con todos los sentidos!

Referencias

Cury, Augusto, (2009) Cambia tu vida. Desarrolla tu inteligencia y enriquece tu sensibilidad. México, Ed- Zenith/Planeta.

Latham-Koenig, Christina y Clive Oxenden, Paul Seligson, (2017), (Second edition). American English File One, Nueva York, E.U., Oxford, Reino Unido, Oxford University Press.

Dean, James y Eric Litwin, (2012) Pete the Cat and His Four Groovy Buttons. Nueva York, Harper Collins Publishers.

Gestión, (2020) “Todo sobre Zoom: qué es, cómo funciona, cómo descargarlo y sus trucos para videollamadas”.« https://gestion.pe/tecnologia/todo-sobre-zoom-que-es-como-funciona-como-descargarlo-y-trucos-de-la-aplicacion-para-videollamadas-app-ios-android-pc-estados-unidos-usa-eeuu-nndaa-nnlt-noticia/ », consultada 9 de marzo 2021.


* Alejandra Sánchez Valencia: Alejandra Sánchez Valencia, profesora-investigadora titular C, tiempo completo en Lenguas Extranjeras en la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco. Licenciada en Enseñanza de Inglés, maestra en Estudios México-Estados Unidos, y maestra en Letras Modernas (en Lengua Inglesa), diplomada en literatura infantil y juvenil, realizó una estancia académica en la Universidad de Oslo Noruega sobre cuentos folclóricos. Pertenece al Grupo de Investigación de Lingüística Aplicada (GILA) de la UAM-A, así como al Grupo Fronteras de Tinta de la FES Acatlán y a la ChLA (Children’s Literature Association). Ha sido ponente en congresos dentro y fuera del país. Cuenta con publicaciones nacionales e internacionales de artículos de investigación y obra propia.