La enseñanza-aprendizaje en tiempos COVID
Y su testimonio será un ancla a la esperanza
Con amor y gratitud a nuestros ancestros del mundo, que en tiempos difíciles se sobrepusieron a su miedo y fueron un ancla para las generaciones más jóvenes.
Alejandra Sánchez Valencia *
UAM - Azcapotzalco
Resumen Un pequeño coronavirus cambiaría por completo la historia entera de la humanidad. El once de marzo de este año 2020, la OMS determinó a la COVID 19 como pandemia. En la segunda quincena de marzo, cuando alumnos y profesores nos disponíamos a tener un brevísimo intertrimestral de dos semanas en la UAM, nos vimos sorprendidos por las noticias tan dispares. En las universidades, aparentemente, se continuaría con las clases según lo considerara cada una; pero de preescolar a preparatoria adelantaron sus vacaciones de primavera iniciando con un encierro que duraría del 20 de marzo al 20 de abril. En un abrir y cerrar de ojos, nos hallábamos ante la gestación de una nueva forma de llevar las clases. He aquí el testimonio de lo acontecido en los trimestres 20-i (invierno) y 20-p (primavera), durante mis clases de inglés en CELEX de la UAM-A, donde narro esa transición del miedo compartido entre alumnos y profesores, y cómo gracias a la combinación de nuevas tecnologías y un espíritu que transitó de la vulnerabilidad a la fortaleza, el conocimiento cognitivo fue posible junto con el acompañamiento, pero ante todo, el donar la estafeta a las nuevas generaciones y asegurarles que su testimonio sería un ancla a la esperanza. |
Summary A tiny coronavirus would totally change the whole history of the world. It was March 2020, and the World Health Organization declared COVID 19 a pandemic. Out of the sudden we were all facing a new way to teach. I share my testimony of what happened while teaching English in what we call “quarters” 20-i (winter) and 20-p (spring). I write about that transition from a shared feeling of fear by students and professors and how due to a combination of new technologies and a spirit that transformed itself from being vulnerable to being strong, cognitive knowledge was possible as well as accompaniment. But above all, it was possible by passing on the torch to the new generations assuring them their testimony would be an anchor to hope. |
Palabras clave COVID 19, enseñanza de inglés, nuevas tecnologías, esperanza, fe, ancla, acompañamiento. |
Keywords distance learning, advantages, disadvantages, inequality, education. |
Un pequeño coronavirus cambiaría por completo la historia entera de la humanidad. El once de marzo de este año 2020, la OMS determinó a la COVID 19 como pandemia. En la segunda quincena de marzo, cuando alumnos y profesores nos disponíamos a tener un brevísimo intertrimestral de dos semanas en la UAM, nos vimos sorprendidos por las noticias tan dispares. En las universidades, aparentemente, se continuaría con las clases según lo considerara cada una; pero de preescolar a preparatoria adelantaron sus vacaciones de primavera iniciando con un encierro que duraría del 20 de marzo al 20 de abril. En un abrir y cerrar de ojos, nos hallábamos ante la gestación de una nueva forma de llevar las clases. He aquí el testimonio de lo acontecido en los trimestres 20-i (invierno) y 20-p (primavera), durante mis clases de inglés en CELEX de la UAM-A, donde narro esa transición del miedo compartido entre alumnos y profesores, y cómo gracias a la combinación de nuevas tecnologías y un espíritu que transitó de la vulnerabilidad a la fortaleza, el conocimiento cognitivo fue posible junto con el acompañamiento, pero ante todo, el donar la estafeta a las nuevas generaciones y asegurarles que su testimonio sería un ancla a la esperanza.
Era viernes y ya había hecho retroalimentación final y entregado calificaciones a mis grupos. Camino al estacionamiento contemplé con nostalgia los primeros suspiros violetas de la temporada: los jacarandos que nos marcan el fin de un trimestre y el principio del otro y nos alegran la vista hasta que los vientos y algunas esporádicas lluvias se los llevan. El año anterior, con la huelga de los noventa y tres días no gozamos de ellos. ¿Por qué esa congoja en mi corazón como si otra vez su florecimiento y vida fuese a estar al margen de todos nosotros: los maestros, los alumnos, el personal…?
En esos primerísimos días de intertrimestral, se dio la noticia: las universidades también se sumarían a la cuarentena. Pero mi esposo y yo debíamos acudir al INCan para dar seguimiento a mi salud pulmonar postoperatoria. Por una parte, la sección que recorríamos de la ciudad de México lucía fantasmagórica; y por otra, era desconcertante la cantidad de personas afuera de los hospitales en Tlalpan. Algo abrumador se percibía en el ambiente.
La llamada
Y pasó el veinte de abril. Se nos anunció a los profesores que daríamos clases virtuales, incluyendo los sábados. Era una urgencia. Los cursos para aprender a dar clases a distancia estaban saturados. En nuestras juntas docentes se anuncia, para júbilo de todos (aunque aún no sabíamos utilizarla), que tendríamos la plataforma Zoom, y después se comenta que tal vez sólo tendríamos con ella una sesión al mes, y las demás clases serían por mail, whats, o de otra manera. Todos los profesores manifestamos que se trataba de un idioma, no de una materia, y que parte del éxito en lenguas extranjeras es justamente el acompañamiento que hacemos a los alumnos. Finalmente, la UAM lo autorizó. ¡Muchísimas gracias!
Empezamos entonces a prepararnos por nuestra cuenta. Los profesores más avezados, de manera voluntaria se propusieron para compartir sus conocimientos. Hicimos equipos. Nos reuníamos en sábado o domingo a trabajar. Además, cada quien tomaba tutoriales por su cuenta y compartíamos ligas los unos con los otros. Nos movimos entre la incertidumbre, el desconcierto y la premura.
Trámites administrativos
Los profesores ya habíamos dado por escrito nuestros temarios y contenidos, además de explicar cómo trabajaríamos y evaluaríamos. En teoría los alumnos debían contactar a cada profesor y todo lo que habíamos entregado debía subirse para ser consultado por ellos; pero sucedió que hubo un desfase; y el personal, al trabajar en casa y con sus equipos, no era tan rápido como en las oficinas. Además de que, en teoría, todo mundo debía tener correo institucional o darlo de alta, y apenas empezaban a realizar el trámite. Y en medio de todo esto, mi vocación, mi oficio se imponía más que nunca y me dije: yo enseño un idioma y acompaño a los alumnos en su viaje de aprendizaje.
Y la fuerza del recuerdo me alentaba: pensaba en mis padres, en mis tíos, en mis abuelos, en mis maestros, en la historia misma con sus tiempos de adversidad, en la fe. Ahora era nuestro turno. Me di cuenta, además, que no se trataba tan sólo de una cuestión tecnológica, pues incluso aquellos con equipos de punta y con gran conocimiento de las TICS, se sentían abrumados, desconsolados, nerviosos, y supe de varios derrames oculares, colitis, gastritis, sarpullidos, migrañas e insomnio. El reto, sin duda, era mucho más que la tecnología.
“Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña”
Parece que han pasado muchísimos años, pero en realidad fue como volver al mismo principio. En la primaria enseñaban a redactar un telegrama, y una carta. En mi caso particular, debido a que muchos familiares vivían en diferentes partes de la República o en el extranjero, muy pronto se me urgió a incursionar en lo epistolar, importante y apreciado en casa por el detalle, en especial por mi abuelita Emma Dárica Montejo Baqueiro. Caí en la cuenta de que esa fue mi primera “conexión” apenas cumplí seis años y aprendí a leer y a escribir.
Así que “Mahoma fue a la montaña”. Una vez que por fin tuve las listas, contacté a todos mis pupilos–pues muy pocos y por correo particular, me habían escrito para decirme que no sabían qué haríamos o veríamos en los cursos--, y envié contenidos, forma de evaluar, y lo que se supone ya habían consultado y leído. Pedí que llenaran un cuestionario con una imagen de ellos que después estudié con sumo cuidado e interés. ¿Quiénes eran? ¿Qué estudiaban? ¿En qué trimestre estaban? ¿Por qué se habían inscrito a este curso? ¿Dónde habían estudiado el inglés? ¿Cuánto tiempo? ¿Les gustaba el idioma? ¿Qué se les había dificultado? ¿Qué querían lograr al final del curso?
Y así llegó el gran día: la tecnología y sus bemoles me causaban cierta consternación. Me sentía abrumada junto con algunos de mis colegas que son de lo más geek; pero algo muy por encima de todo esto actuaba como mi gran brújula: saberme humana y vulnerable, eso ya me daba empatía con todos, especialmente con mis alumnos.
Un gran salto de fe: mi voto de confianza
Las noticias transmitidas por televisión o en algunos tutoriales tampoco abonaban a crear un ambiente acogedor: se hablaba de la suplantación de identidad, de los contenidos obscenos y las bromas de mal gusto de los alumnos, así como del robo de datos confidenciales. En resumen: se había creado una atmósfera en que no sólo había la sensación entre los colegas de que estaríamos con “Ali Babá y los cuarenta ladrones”, sino que las noticias se habían quedado cortas, y en cuestión de triquiñuelas de los alumnos nos esperaba “el infinito y más allá”. Pero así no podía trabajar: visualmente ya los podía ubicar desde la sala misma del Zoom, pero hice un acto de fe al tenerlos por personas confiables y no como a unos tramposos. Y se los dije en su momento: había que estudiar y cada día, pues le apostábamos por vez primera, quizás, a la memoria a largo plazo con la lengua extranjera. Era muy, muy importante que ellos, al final, tuvieran el gusto, la satisfacción personal de haber cumplido una meta, de sumar un logro, de haber vencido a sus fantasmas.
De conexión a conexión
Pero, permítanme volver a aquel día extraordinario en que las pantallas de los dispositivos se encendieron, o al menos casi todas, en todo caso el audio funcionó. El primer contacto fue por escrito, por mail, la epístola moderna; y éste se daba en forma sincrónica y veíamos nuestros rostros. Les di la bienvenida y les dije que un idioma sirve para comunicarnos, para expresar nuestros sentimientos y emociones, para narrar nuestras historias; solo que a veces no nos dábamos el tiempo, pues de hacerlo, muchas veces descubriríamos que es más lo que tenemos en común con el otro, que nuestras diferencias; que era una verdadera fortuna que estuviéramos juntos. Yo agradecía a Dios, a la UAM, y los instaba a agradecer a su universidad, a sus padres o hermanos mayores que pagaban su equipo, la luz o el internet, o a ellos mismos si tenían beca. Y ahí empezó la historia: una en que además de cubrir los contenidos del curso realizamos múltiples actividades. No sé si al principio la configuración del Zoom no me permitió formar equipos, pero ello fue una oportunidad para pedirles que se hablaran por teléfono y practicaran los diálogos mientras yo estaba frente a pantalla viéndolos a todos, y ellos tenían ocasión de abrir micrófono y preguntar las dudas que surgían en el camino. También fue una de las tareas en que lección tras lección echábamos mano. Además, tuvieron una guía extra de ejercicios auditivos con cuestionarios y claves que yo misma diseñé; armamos nuestra guía de análisis de errores con todas las composiciones que ellos escribieron, yo imprimí y corregí a mano, escanee y después les envié sus trabajos que fueron compartidos como un cuadernillo. Elaboramos una guía de conversación y escritura y tuvimos nuestros simulacros de exámenes (además de los del libro, la entrevista oral que sería ante la vista y oídos de todos; y el de escritura, que sería “in situ” y una vez tecleadas sus respuestas las mandarían a mi correo una vez transcurrido el tiempo asignado. Aunado a todo esto, hubo cuentos o poemas que les leí, o el análisis de la historia de alguna canción.
Me di cuenta de que cada día tenía muchos mails que contestar. ¿Por qué esa necesidad del alumnado --de la primera parte de la pandemia--, incluso para preguntarme la tarea? Así que hice una “segunda lectura” a lo que sucedía. Era, ante todo, la necesidad de ser validado por alguien de fuera al microcosmos en el que se hallaban. En otras palabras: yo estaba respondiendo al mensaje de la botella del náufrago y le corroboraba que no estaba solo. Y eso fue reconocido muchas veces porque me decían después “ante todo, muchas gracias por contestar pues hay maestros que nunca responden”.
En mi caso escribía en inglés y en español, y más pronto de lo que esperaba los alumnos hacían sus pininos y sus mensajes eran en la lengua inglesa. ¿No fue Robinson Crusoe el náufrago de náufragos y sobrevivió?
Durante este tiempo COVID se ha elogiado y reconocido, con justísima razón al personal médico y de la salud así como al sector de limpieza, servicios y transporte que hace posible que sigamos teniendo alimentos y productos en las tiendas; pero hay un bloque silencioso y humano que ha trabajado prácticamente en el anonimato y ha sido una gran fuente de contención y avance, me refiero a todos nosotros, los maestros de cualquiera de las parcelas que hemos sembrado, desde preescolar hasta universidad.
Hemos evitado contagios masivos, pero, sobre todo, hemos dado alas a los sueños; no ha sido fácil reinventarnos, llegar a triplicar nuestro trabajo, pero estamos poniendo nuestro granito de arena en los que nos siguen, en un momento histórico que está marcando a la humanidad.
La despedida
La gran mayoría de los alumnos y yo llegamos a buen puerto, pese a las historias particulares que cada una vivió —algunas muy duras—; pero sabíamos que se puede sonreír y ser feliz, no porque no existan los problemas, sino porque podemos fluir a pesar de ellos.
Sin duda, dentro de los grandes motivos de orgullo para todos estuvo el día del examen oral, pues fue una entrevista con cada uno en que había preguntas de cualquier momento del curso, y todos lo vieron y lo oyeron. Esta experiencia permitió que dominaran sus miedos. Ese día exorcizaron a sus demonios y sacaron sus alas. Y entonces me despedí:
“Este día llegamos a un punto en que hemos pulverizado la piedra del Pípila que muchos cargaban, son conscientes de que han trabajado con un idioma que nos sirve, y ahí radica toda la belleza para narrar nuestras historias, nuestro pasado, nuestros sueños, nuestros miedos y esperanzas. Las historias que para mí valían la pena eran las de ustedes, no las de los personajes de los libros. Esas eran tan sólo el trampolín.
Hoy, muchachos, seguimos transitando por un tiempo desconocido, pero avancemos con gratitud. En otra época la comunicación habría sido impensable, y se los pueden decir sus papás, sus tíos, sus abuelitos, sus maestros. Yo pertenezco a la generación que en primaria aprendía a redactar un telegrama –que era lo más rápido-- para compartir una noticia. Y cada palabra costaba, así que había que pensar muy bien lo que se iba a escribir para que en un reducido vocabulario el mensaje fuera captado.
Años más tarde fue el teléfono fijo, y al principio fue un verdadero lujo. Muchos de sus profesores y yo estudiábamos en la universidad cuando tuvo lugar el terremoto espantoso de 1985. No había manera de hacer una llamada al extranjero y la noticia que circulaba en el mundo era que México había desaparecido. Si nos hubiera tocado esta pandemia en aquel entonces habríamos tenido que suspender nuestros estudios hasta nuevo aviso. Ahora, tomamos y enviamos fotos, documentos y mensajes de voz, ¡tenemos videollamadas!; cuando todo eso, en otro tiempo, habría pertenecido a la ficción del cineasta Wim Wenders. Así que gratitud, gra-ti-tud y cada uno con fe y ánimo a realizar la parte que le corresponde. Lo mejor que puede hacerse en momentos así es tener una rutina lo más sana posible, y tener ánimo, abonar en el amor y los buenos modos para contagiar a nuestro pequeño entorno, porque un día todo esto va a pasar.
Vendrán otros retos, ¡eso es seguro!, pero piensen que un buen día, cuando retomemos la vida de un modo diferente y el tiempo pase, sus hijos, sus sobrinos, sus alumnos, generaciones más jóvenes que probablemente estén preocupadas o asustadas por lo que acontece les preguntarán: “Si estabas estudiando tu carrera y una lengua extranjera durante la pandemia, ¿cómo hiciste para atravesarla? ¿Para vivirla y crecer? ¿Cómo te sobrepusiste a tu miedo y a la desesperanza?” Y serán ustedes, muchachos, quienes, con su historia, con su recuerdo –y para eso nos sirve un idioma--, con su fe, con su paz, harán su narración: y su testimonio será un ancla a la esperanza”.
* Alejandra Sánchez Valencia: Lic. en Enseñanza de Inglés y Maestra en Estudios México- Estados Unidos, en la actualidad realiza sus prerrequisitos al Doctorado en Letras Modernas (Literatura Inglesa) en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Pertenece al Grupo de investigación en Lingüística Aplicada y al Área de Literatura de la UAM. Sus artículos han versado sobre literatura comparada, sociolingüística, relación bilateral Méx-E.U. e identidad. Se le ha publicado en México, España y Estados Unidos.