junio - noviembre 2018
ISSN 2007-5480

Psicolingüística

LA RELACIÓN ENTRE EL PROCESOS DE ADQUISICIÓN DEL LENGUAJE Y LA INFORMACIÓN GENÉTICA

Alejandro de la Mora Ochoa *
UAM - Xochimilco

Resumen

Un par de acercamientos teóricos disputan la posibilidad de aportar las evidencias que expliquen el proceso de adquisición del lenguaje desde un enfoque ontogenético. Este texto da cuenta de lo anterior mediante la enumeración de los argumentos que exhiben los especialistas que consideran este proceso como el resultado del desarrollo evolutivo de la inteligencia en general, y los de sus antagonistas que sostienen que la adquisición del lenguaje humano es una consecuencia de un desarrollo evolutivo especializado. En el colofón de este artículo se aportan algunas evidencias relacionadas desde la perspectiva genética.

Summary

BasIn this article, two theoretical approaches that attempt to explain the process of language acquisition from an ontogenetic approach are confronted. Through two sections, this text makes the contrast of both positions and some related evidence from the perspective of genetics.

Palabras clave

Adquisición del lenguaje / lenguaje y cognición / innatismo / desarrollo evolutivo.

Keywords

Acquisition of language / language and cognition / innatism / evolutionary development.


 

Introducción

Intereses de tipo político religiosos impulsaron desde hace tiempo la preocupación por demostrar cuál había sido la lengua que dio origen a las más de 6000 lenguas que hoy se hablan en el mundo. Como es evidente, ese planteamiento contiene implícito el presupuesto de la teoría del origen monogenético de los idiomas.

El acercamiento a este problema se realiza desde un par de perspectivas, la filogenética que investiga la adquisición del lenguaje por la especie y la ontogenética, es decir el estudio del proceso que implica la conquista del lenguaje por uno de los integrantes de la especie. El siglo anterior fungió como escenario de acres discusiones a favor de los distintos planteamiento teóricos. Afortunadamente, en este siglo, los acalorados debates dieron paso, con la ayuda de los avances tecnológicos, a discusiones más lúcidas y menos apasionadas que decantaron la discusión alrededor de dos posiciones que subsumieron los argumentos. Lo que sigue es la descripción de este par de perspectivas. Hipótesis Los infantes adquieren el lenguaje por la actividad de un dispositivo innato para el aprendizaje, el input lingüístico y la intervención de los adultos.

El proceso de adquisición del lenguaje Los investigadores que consideran que el lenguaje humano es un efecto del desarrollo evolutivo de la inteligencia en general, aducen; entre otros argumentos, los siguientes: (1) la capacidad lingüística de chimpancés y bonobos (Gardner B. T. y Gardner, 1975; Gopnik, 1991; Savage-Rumbaugh, et. al. 1993; Fisher, et al. 1998), (2) la habilidad de algunas aves para aprender palabras asociadas con objetos y dar respuesta a preguntas habladas (Pepperberg, 2004). (3) Algunos investigadores (McBrearty y Brooks, 2000; Mellars, 2002) consideran que las actividades cognoscitivas que se asocian al lenguaje de manera tradicional, aparecieron antes de la Revolución del Paleolítico Superior, aproximadamente 70,000 a 80,000 años, por lo menos en África. (4) Según Camps y Uriagereka (2006), los nudos empleados en la confección de algunos ornamentos y la manipulación de ciertos proyectiles requerían una memoria operativa sensible al contexto, lo que posiblemente implica que este tipo de actividades constituyeron una etapa previa, al proceso que posibilitó la emergencia de la sintaxis en la especie. (5) Ello aunado a la imperiosa necesidad de estímulos lingüísticos en el entorno, sin los cuales no se alcanza el nivel de complejidad propio del lenguaje (Singleton et al, 1993). Además de lo anterior, se suma el hecho (6) de que la plasticidad neuronal se halla en una relación muy estrecha con el ambiente, de tal manera que pueda afirmarse que se trata de una versión de la plasticidad fenotípica (Thomas, 1997) debida a las propias características integrativas y asociativas de los circuitos neuronales (Nobre y Plunkett, 1997). Una evidencia de esto último lo constituyen las remodelaciones post traumáticas en las zonas anatómicas que intervienen en la producción y comprensión del lenguaje (Thomas et al, 1997; Müller, et al, 1999).

En el horizonte antagónico concurren autores que sustentan el lenguaje humano como consecuencia de un desarrollo evolutivo especializado (Chomsky, 1957). En este ámbito se recurre a los siguientes argumentos: (1) la pobreza del estímulo lingüístico que rodea a los infantes en el proceso de adquisición del lenguaje (Chomsky, 1980), (2) la capacidad de los infantes para reconocer algunos elementos que integran el lenguaje desde temprana edad (Decasper, 1986), (3) la existencia de un patrón de adquisición similar en lenguas sumamente distintas (Anderson y Lightfoot, 2000), (4) la semejanza estructural con los sistemas lingüísticos aparentemente remotos como las lenguas de signos (Singleton, 1993), (5) la ausencia de correspondencia entre la organización de la gramática y el desempeño comunicativo del lenguaje (Givón, 1979), (6) la separación entre las habilidades lingüísticas y las capacidades cognoscitivas (Fodor, 1983). Quienes sustentan esta tesis, incorporan el caso de la Familia K. (7). Este asunto, como se ha descrito reiteradamente en varios artículos (Gopnik y Crago, 1991; Watkins, et al. 1998; Lai, Fisher, Hurst, Vargha-Khadem y Monaco, 2001; VarghaKhadem, Gadian, Copp y Mishkin, 2005), consiste en que en el 50% de los integrantes de esta familia, se describen una circunstancia atribuida a la genética que altera el desenvolvimiento de su lenguaje. A la par de este hecho, los investigadores que se ubican en esta corriente añaden el síndrome de Williams (8) (Korenberg, 2000); (Reiss, 2004); (Meyer-Lindendberg, 2004); Kipenhann, et al, 2005). Las personas aquejadas por el síndrome presentan un retraso en las habilidades cognoscitivas, mientras que su lenguaje, en términos generales, es fluido y aceptable fonológica, morfológica y sintácticamente. Ello evidenciaría, según la actitud de los sustentadores de este enfoque, la independencia entre los circuitos neuronales del lenguaje y los de otras actividades cognoscitivas (Lenneberg, 1967). Aunque ambos temas, la familia K y el síndrome de Williams, se han considerado también como pruebas a favor de la postura que sostiene que el lenguaje es el resultado del desarrollo evolutivo de la inteligencia en general. Se puede observar que si se excluyen los argumentos (7) y (8) que aparecen al final de la enumeración, las razones esgrimidas se sustentan con datos de tipo lingüístico, más próximos a una argumentación lógica que empírica. A propósito de las anteriores especificaciones con relación a las dos teorías que pretenden explicar el proceso de adquisición del lenguaje, algunos autores como Rains (2004) afirman que tanto el enfoque que considera al lenguaje como un efecto del desarrollo evolutivo de la inteligencia en general, como aquel que lo explica como la consecuencia de un desarrollo evolutivo especializado, están equivocados: “… la realidad debe estar en algún lugar entre ambas”. Rains considera en consonancia con Chomsky (1975) y Lenneberg (1967) que aunque el aprendizaje del lenguaje requiere de la experimentación, “la capacidad para el lenguaje1” es una propiedad innata del cerebro humano. Lo anterior implica que el cerebro ha tenido una profunda evolución durante miles de años, de manera que se halla preparado para adquirir el lenguaje, así como se observa que otros órganos han evolucionado en tal forma que están proyectados para realizar determinadas funciones (Rains, 2004: 127). A propósito de este asunto, este investigador aporta cuatro evidencias para fundamentar su postura. En primer lugar, se halla de acuerdo con la concepción de (Gleitman, 1995) acerca de que el proceso de adquisición de cualquier lengua “atraviesa por una progresión ordenada de etapas” y el promedio de cada una es similar para un amplio rango de culturas. En segundo, el hecho de la existencia de un periodo crítico para la adquisición del lenguaje, mismo que se halla vinculado con algunas variables neurobiológicas que se conciben como índices de maduración cerebral (Lenneberg, 1967). El tercer lugar lo ocupa la consideración de la capacidad de los recién nacidos para discriminar algunas diferencias fonológicas en las lenguas (DeCasper y Spencer, 1986). Con base en Kimura (1981), el autor sostiene la cuarta evidencia: tanto los diestros, como la mayoría de los zurdos, presentan una especialización del hemisferio izquierdo para el habla, situación que está presente aún en casos de hipoacusia severa. Es de destacar que la enumeración de los argumentos de Rains permite sostener que las dos posturas confrontadas en párrafos anteriores, contribuyen con algunas de sus evidencias a la explicación del proceso de adquisición del lenguaje: “… la realidad debe estar en algún lugar entre ambas”. Para finalizar, revisemos algunos hechos que relacionan al lenguaje con la genética.

Los estudios en ratón también sugieren un papel de este gen en la regulación de la neurogénesis. Las mutaciones en este gen se asocian con la microcefalia. (http://www.genecards.org/cgi-bin/carddisp.pl?gene=ASPM)

La información genética De manera sucinta y directa afirmamos con base en Benítez Burraco (2009:340), que la posibilidad de correlacionar las funciones del cerebro relativas al lenguaje con alguna especialización histológica, es aún remota. Asimismo, las técnicas de exploración no invasivas como la tomografía por emisión de positrones y otras no han aportado evidencias empíricas acerca de que las áreas neuroanatómicas polifuncionales se hallen constituidas por diferentes circuitos neuronales responsables de las tareas del lenguaje. Asimismo, es probable que la constitución de los circuitos neuronales por parte de ciertos mecanismos moleculares, sea posterior a la actuación de un programa innato llevado al cabo por los genes que determina la organización estructural del cerebro. El programa genético, una vez constituida esta estructura y sus subestructuras, integraría la información que proviene del input para asegurar que tanto una como otras, respondan con eficacia a las exigencias del medio que enfrentará el individuo. Esta adecuación producida por el ambiente se halla subordinada a la actividad de varios genes y de ninguna manera a uno específicamente, como se aprecia en las actividades cognoscitivas como la memoria o el aprendizaje, la razón, etcétera. La determinación de la actividad de los genes en tareas de este tipo ha requerido de la contribución de las técnicas de la clonación comparada, la funcional y la posicional. El empleo de tales procedimientos ha permitido caracterizar trastornos hereditarios en los que el lenguaje resulta afectado como en el caso del denominado Trastorno Específico del Lenguaje TEL (Benítez Burraco, 2005). La existencia de trastornos hereditarios codificados genéticamente sugiere la línea de investigación proveniente de la Biología Evolutiva que intenta reconocer al lenguaje como una especialización paulatina inherente a la sobrevivencia del individuo. Uno de los asuntos abordado por esta ciencia consiste en el análisis de las moléculas que inciden en la organización y funcionamiento de las estructuras cerebrales como sería el caso del gen ASPM2. Las estructuras neuroanatómicas vinculadas con el lenguaje posiblemente se constituyan por la actividad de un par de programas. Uno de estos tendría que ver con la organización histológica básica (Ramus, 2006). El otro actuaría posteriormente a la ontogenia cerebral y establecería la “arquitectura neuronal operativa”. Como se sabe, la conformación, organización y funcionamiento de cualquier estructura neuroanatómica depende de la acción coordinada de multitud de genes. Este hecho se opone a una de las consecuencias del empleo de la técnica de clonación posicional. Este procedimiento basado en criterios exclusivamente estadísticos arriba a conclusiones en las que se presuponen correlaciones entre genotipo-fenotipo que convergen en la idea errónea de que ciertos genes controlan aspectos específicos del comportamiento (Fisher, 2006). De esta manera, dado que no es posible comprobar la existencia de algún gen relacionado exclusiva y directamente con el lenguaje, concluiríamos que desde la perspectiva ontogenética del lenguaje, éste se adquiere por la actuación simultánea de tres factores: un dispositivo innato para el aprendizaje, el input lingüístico que rodea a los infantes y la intervención de los adultos como auxiliares importantes en este procesos.

Los estudios en ratón también sugieren un papel de este gen en la regulación de la neurogénesis. Las mutaciones en este gen se asocian con la microcefalia. (http://www.genecards.org/cgi-bin/carddisp.pl?gene=ASPM)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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* Alejandro de la Mora Ochoa: Estudió el doctorado en Lingüística Antropológica en la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus líneas de interés con los procesos de adquisición y pérdida del lenguaje (psicolingüística y neurolingüística) y en las lenguas de la familia otomangue. Es presidente de la Comisión Dictaminadora de la División de Ciencias Sociales y Humanidades en la UAM-A. Dirige los proyectos de investigación: Seminario de lenguas otopames y Desarrollo del lenguaje típico en niños en edad pre escolar, ambos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Coordina el coloquio anual Rumbos de la Lingüística. Imparte las asignaturas: Introducción a la lingüística y Seminario de Investigación en Lingüística.

 

Reserva de Dererchos-INDAUTOR: 04-2010-060210103400-203
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