Adquisición del lenguaje
Sobre los conceptos de lengua extranjera (LE) y lengua segunda (L2)
Enrique Pato
Giancarlo Fantechi
Université de Montréal
Introducción. Lengua materna
Hasta la fecha, tanto los varios trabajos teóricos que se han realizado sobre la didáctica de lenguas segundas y extranjeras como el Diccionario de términos clave de ELE (DTC, Centro Virtual Cervantes) han tratado los términos lengua materna (lengua primera, lengua propia), lengua extranjera y lengua segunda (lengua meta, lengua objeto) de manera algo reduccionista. De este modo, se ha definido la lengua materna o L1 (anticuados quedan hoy en día los términos lengua nativa y lengua natal) como la primera lengua que aprende el ser humano y aquella que se convierte en su instrumento natural de pensamiento y comunicación; esto es, la que emplea con mayor espontaneidad y menor esfuerzo, contraponiendo el concepto al de lengua extranjera (LE) o lengua segunda (L2). En concreto, y según las distintas corrientes teóricas, la L1 puede hacer referencia a la lengua de la madre, a la lengua de uso habitual en la familia (transmitida normalmente de generación en generación) o a la lengua que uno siente como propia (como signo de identidad individual y comunitaria) (cf. DTC). Según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), la lengua materna sería “la que se habla en un país, respecto de los naturales de él”, y es sinónimo de lengua popular y lengua natural.
Lengua extranjera vs. lengua segunda
Se habla de lengua extranjera cuando una lengua no es L1 ni lengua propia del país en que se estudia o aprende (es decir es lengua de otro país). En el caso del español ha dado pie al acrónimo ELE ‘español (como) lengua extranjera’ (anticuado E/LE), que empezó a utilizarse ya en los años 80.
El término lengua meta (LM, del inglés target language/ object language) es la lengua objeto de aprendizaje, ya sea formal o natural, y engloba los términos de lengua extranjera y lengua segunda. La distinción entre una y otra (extranjera vs. segunda) se viene estableciendo, de manera general, teniendo presente la situación en que el alumno aprende la lengua meta. Así, si esta se aprende en un país donde la lengua no es ni oficial ni autóctona, se considera ‘lengua extranjera’. Por el contrario, si la lengua se aprende en un país donde coexiste como oficial o autóctona con otra u otras lenguas, se considera ‘lengua segunda’. He aquí el reduccionismo al que hacíamos referencia anteriormente.
Otra situación, cada vez más frecuente como consecuencia de los desplazamientos de población actuales, se produce cuando los emigrantes con una L1 común llegan a constituir una comunidad de habla relevante en el país de acogida (como por ejemplo los 50.5 millones de hispanos en EEUU, de acuerdo a los datos oficiales del U.S. Census 2010). En este caso, el español ha dejado de ser una LE para convertirse en una L2 (independientemente de que sea cooficial o no en dicho país).
Ampliando las definiciones de LE y L2
Como podemos observar, la distinción entre LE y L2 recién esbozada se basa en criterios puramente geopolíticos, sin tener en cuenta el matiz psicológico y afectivo del aprendiente y usuario de la lengua meta. En otras palabras, creemos que las definiciones de LE y L2 podrían verse mejoradas si añadimos la perspectiva propia del individuo y el matiz afectivo (cf. Castro Viudez, 2002: 221; Di Franco, 2005: 280, entre otros). De este modo, la L2 sería la lengua más próxima a la L1, concebida como sustituta cercana de la lengua materna, y estrechamente relacionada con los ámbitos de trabajo y estudio, sobre todo. Por el contrario, la LE no deja de ser ‘extranjera’ (i.e. que no es propia), si el aprendiente no siente un acercamiento cultural verdadero ni una identificación con los hablantes de la lengua que está estudiando, o que ya ha aprendido. En efecto, es un hecho comprobado que cuando el alumno no se siente identificado ni con la cultura ni con la sociedad que habla esa otra lengua, la siente como lejana y distante. Por el contrario, cuando el alumno se siente fuertemente identificado social y culturalmente con la lengua meta la suele denominar como su L2. Los trabajos clásicos de Lambert y Gardner sobre las actitudes y la motivación demostraron que el éxito en la adquisición de una lengua está precisamente en la actitud del aprendiente hacia el otro grupo.
Otra diferencia entre los términos LE y L2 hace referencia al número de lenguas que cada persona tiene o conoce. De este modo, un hablante puede tener solo una L2, pero hablar varias LE (LE1, LE2, LE3, LE4, etc.). El concepto de L2 es, por tanto, siempre más restrictivo y selectivo. Dicha apropiación afectiva de la L2 y de rasgos de su cultura puede llevarla a funcionar dentro del mundo comunicativo del hablante/alumno y de su pensamiento a un nivel tan cercano del de la lengua materna –incluso a reemplazarla total, parcial u ocasionalmente– que acaba convirtiéndose en una parte de la caracterización identitaria del individuo.
La ampliación propuesta de la definición de lengua segunda se sitúa mejor dentro de una comprensión del aprendizaje lingüístico que tenga en cuenta la relación de continuidad que existe entre el desarrollo de las competencias discursivas y lingüísticas en un idioma diferente del materno y el desarrollo paralelo y concomitante de las competencias socioculturales en todos sus matices y ámbitos (cf., por ejemplo, López Valero y Encabo Fernández, 2006: 71, 79, 81-82). Desde esta perspectiva, estamos convencidos de que los métodos y pautas de enseñanza de L2 podrían responder más adecuadamente al objetivo de formar individuos conscientemente interculturales (Coloma Maestre, 2002: 233; Plan curricular, 2006: 606), capaces de moverse con habilidad y competencia dentro de contextos y mercados laborales cada vez más globalizados.
Referencias bibliográficas
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REAL ACADEMIA ESPAÑOLA.
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