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 Ensayo
De la oralidad a la escritura: Un acercamiento al conflicto lingüístico en los pueblos francófonos del África negra Versión imprimible

Rocío Munguía Aguilar

L’écrivain africain doit retrouver l’accord profond avec son public, qui unissait le conteur populaire et ses auditeursz  [1] .

 

Presentación

Con frecuencia reducido a una serie de estigmas que desvirtúan la esencia de los pueblos negros, el noroeste del continente africano, comúnmente conocido como África negra, ha vivido, durante más de un siglo, en medio de un conflicto lingüístico y cultural. Alteradas y violentadas por las empresas colonizadoras, estas sociedades han tenido que luchar contra prejuicios raciales, culturales y lingüísticos que menosprecian e incluso niegan los matices y la riqueza de su identidad. Al sentir la necesidad de replantear ciertas visiones simplistas de Occidente que, aún en el siglo XXI, siguen calificando a los pueblos negros de “primitivos” e “iletrados”, en el presente artículo nos proponemos hacer un breve recorrido por el proceso de transición de la oralidad a la escritura en los pueblos negros francófonos y las diversas formas de denuncia que éste trajo consigo. De esta manera, en un primer tiempo, abordaremos el papel de la oralidad en las culturas negro africanas; en una segunda parte, estudiaremos el paso del código oral al código escrito, para finalmente concluir haciendo una breve reflexión sobre los motivos que pudieron llevar a estas sociedades a levantar la voz en la lengua del Otro, es decir, en la lengua francesa del colonizador.

 

Introducción

Uno de los tesoros más valiosos y abrazados por la tradición de los pueblos africanos es, sin duda alguna, la expresión oral. La palabra que asombra, la palabra que sentencia, la palabra que crea y que se canta, gran práctica ancestral y fuertemente arraigada en el espíritu de estos pueblos, se fue construyendo y consolidando con el tiempo no sólo como una fuente inagotable de conocimientos y experiencias, sino también como parte fundamental de su vida, de su cotidianidad, de su propia esencia. Todo lo que nutre el imaginario de los pueblos africanos (leyendas, mitos, fábulas, cuentos, entre otros) dio pie con los años al nacimiento de una literatura oral, una forma de expresión única mediante la cual los pueblos, de generación en generación, transmitieron infinidad de rasgos culturales y sociales, signos distintivos de identidad.

En el siglo XIX sin embargo, con la incursión europea en suelo africano, estos mecanismos de contacto se vieron seriamente modificados al implantarse nuevos códigos y formas de expresión. En el noroeste de África, en lo que también se conoce como el África negra o subsahariana (Senegal, Guinea, Costa de Marfil, Túnez, Argelia, entre otros), la introducción de la lengua francesa significó un arma de conquista. La enseñanza del francés y en francés constituyó en efecto uno de los dispositivos más eficaces de la dominación colonial. El encuentro de la oralidad africana con la escritura predominante en Occidente representó así un choque conflictivo de dos maneras de configurar el mundo que, a nivel social, político y literario, traería consigo grandes consecuencias.

Sería lógico pensar que los procesos de emancipación, unos más tardíos y más violentos que otros, llevarían inevitablemente a los pueblos africanos a un replanteamiento cultural de sus sociedades y con esto, a una reivindicación total de su independencia lingüística. Sin embargo, en el África negra en particular, presenciamos una adopción y una asimilación ambigua de la lengua del opresor. Los escritores, aún con un profundo arraigo a sus lenguas maternas, decidieron alzar la voz y expresarse en francés, en la lengua del Otro. ¿Por qué lo hicieron?  Voisine-Jechova señala que “une œuvre qui n’est pas présentée dans la langue maternelle de l’auteur [est] donc une traduction” [2]  (1995:6) Habría que preguntarnos entonces, ¿qué es lo que esta literatura “negra” traduce? Combate, refugio o integración: varias interpretaciones son posibles. Para poder acercarnos a este fenómeno, debemos entender primero la dimensión mágica que posee la Palabra en el África negra.

 

La oralidad en los pueblos del África negra: el poder mágico de la Palabra

En los pueblos africanos, particularmente en el África negra en donde el escritor trabaja, entre otras cosas, como un compilador de cultura y de visión de mundo, la Palabra representa una gran responsabilidad. Como parte del día a día y como objeto de cuidados constantes, la oralidad no sólo logra expresar los mitos y las creaciones de la imaginación popular, sino que también se construye como el vehículo responsable de conservar la memoria histórica de todo un pueblo, sus genealogías, sus tradiciones, sus rituales religiosos, sus fórmulas legales y sus reglas de moral. Al alcanzar su total inscripción y participación en las actividades humanas que envuelven la vida cotidiana de la gente, la tradición oral que predomina en estas sociedades llega a rebasar,  al llenar de gestos, tonos y ritmos sus relatos, los límites de la escritura. Hablar se vuelve así una forma de construir, una forma de trazar cuidadosamente el imaginario que se entreteje con lo cotidiano y que une a la comunidad con sus ancestros.

En el África negra, la Palabra es la fuerza capital que produce toda vida. Nada obra sin ella. Un viejo dicho africano sostiene que “nada hay que no haya; todo aquello para lo que tenemos un nombre lo hay” (Jahn, 1963:183), frase que no puede dejar de recordarnos al Cratilo de Platón. Con esto entendemos que el nombramiento funciona como un acto creador: nada es dicho de manera eventual ni azarosa. “La palabra –escribe Senghor– es  poderosa en el África negra” (Jahn, 1963: 172).

 

De la oralidad a la escritura: encuentro de culturas

Durante mucho tiempo, el hombre occidental calificó a los pueblos del África negra como pueblos salvajes e inferiores. Por un lado, a las sociedades con escritura se les consideraba capaces de fijar, evaluar y aprender de sus experiencias pasadas, lo que, a decir de muchos, les permitía correr de progreso en progreso, mientras que, por otro lado, a las que carecían de ella, se les trataba  como “víctimas del azar de la historia” (Jahn, 1963:258):

Deux données ont longtemps été utilisées contre l’Afrique subsaharienne : le petit nombre de monuments ; l’absence de bibliothèques. L’Occident en a tiré l’argument pour justifier sa ‘mission civilisatrice’ auprès des ‘sauvages’ sans cultures. Depuis lors, l’étiquette n’a pas été facile à arracher et ses morceaux collent encore à notre peau [3]  (Henri Lopès citado por Chevrier, 1986:7).

Frente a esta visión reduccionista, investigaciones antropológicas [4]  constataron en la primera mitad del siglo XX que nada de lo que se conoce de la escritura y de su papel en la evolución humana y de las sociedades la puede poner en relación directa con el progreso cultural. Así pues, Laura López subraya que “no existe ninguna relación de sucesión, evolución o exclusión entre la oralidad y la escritura sino que cada una ocupa su propio sitio y obedece a condiciones de producción, recepción, transmisión y conservación totalmente diferentes” (1996:274). Sin embargo, esta mirada reciente que respalda la autonomía lingüística y de expresión de las diferentes sociedades, no siempre tuvo cabida en el pensamiento occidental: la oralidad y todo lo que esto representa para el africano - sabiduría, poder, tradición y una gran fuente de respeto- fue en muchos casos violentada por la mano y la cultura del opresor.

En el siglo XIX, con la introducción de la lengua francesa y sus códigos durante el periodo de colonización, las formas orales de los pueblos del África negra fueron gravemente sacudidas y transfiguradas. El pasaje de la oralidad a la escritura fue en efecto uno los procesos más complejos por los que el africano tuvo que transitar. Las lenguas de estas sociedades, sistemas fónicos por excelencia, funcionaban, y en muchos casos lo siguen haciendo, con estratos sonoros que le dan a las palabras un significado diferente según la gravedad de las vocales. Esta forma de expresión privilegiaba en consecuencia elementos suprasegmentales como los tonos, los ritmos y la articulación vocálica. La adopción del código escrito, regido en su mayoría por reglas y normas estrictas, resultó sumamente insuficiente e inadecuado para traducir los diferentes tipos de tonalidades, intenciones y contextos que la oralidad africana sí permitía y que con la escritura se hacían prácticamente invisibles.

Cuando en estos pueblos se buscó la incorporación de los sistemas y hábitos de comunicación del mundo “civilizado”, probablemente no se pensó que la oralidad y la escritura, diferentes modos de aprehender, estructurar y transferir los conocimientos, respondían a distintos parámetros de articulación. Este encuentro entre lo hablado y lo escrito se tradujo no sólo como un cruce de dos códigos de transmisión y expresión, sino también como un violento choque entre dos maneras de configurar y de traducir el mundo, los lazos sociales, la política, la moral y todo lo que se encuentra en el seno de una sociedad y la articula.  Se trató de una colisión entre varias identidades,  un encuentro conflictivo del que los pueblos dominados saldrían con múltiples fracturas. Sin embargo, resulta importante señalar que ésta no era la primera vez que las prácticas y los valores de estos pueblos se veían gravemente transgredidos.

Desde finales del siglo XV, con el descubrimiento del Nuevo mundo y so pretexto de querer “civilizar”a las comunidades que a sus ojos no eran más que pueblos primitivos sin historia, varios países europeos lanzaron una primera empresa colonial en África y América acompañada en paralelo de un proceso de deculturación [5]  en las regiones ocupadas. Desde esa época, ya no sólo se buscaba la satisfacción de las dos grandes ambiciones de Occidente como lo eran la explotación de las riquezas naturales y la propagación de la fe cristiana, sino que, más alarmante aún, se trataba de confinar al olvido la esencia y el legado histórico y cultural de varios pueblos.

En el siglo XX, pero con más fuerza en su primera mitad, el negro, con un sentimiento de abandono y agravio, quiso devolverle a su pueblo la dimensión humana que siglos atrás el colonizador le había quitado de las manos. Era innegable que, en mayor o menor medida, las prácticas colonialistas habían logrado desprender al africano de su pasado y, con esto, sumergirlo en un profundo conflicto de identidad, de tal manera que parecía imperativo formar una conciencia nueva con voz colectiva. Los códigos de comunicación se habían trastornado en los pueblos del África subsahariana y. con ello, habían tenido que adaptarse a una nueva lengua. Y si partimos de la idea de que la lengua es cultura, tuvieron entonces que reconfigurar su propia identidad.

En las expresiones que surgen en estas circunstancias, configuradas en una lengua ajena y alienante, encontramos a nivel lingüístico y cultural dos telones de fondo que corresponden a dos universos diferentes y que poco a poco se funden para mostrar la complejidad del conflicto lingüístico y las graves consecuencias para los pueblos colonizados. En este contexto fue que una ola de movimientos, entre los que destaca la Negritud, nació como un medio de reconciliar al negro con el color de su piel, con sus orígenes y tradiciones, haciéndolo sentir orgulloso de las prácticas ancestrales que tanto lo caracterizaban y que ahora había que recuperar en su totalidad.  El rescate de la oralidad que todo lo contenía y a la que se le pretendió devolver su carácter mágico, fue uno de los pilares de esta reivindicación cultural que, de manera ambigua, encontró muchas veces en la literatura escrita y en la lengua del opresor, su máxima expresión.

 

 La voz de los pueblos negros en la lengua del Otro

La escritura, y en particular la poesía que permite, a través de las figuras retóricas,  retomar ciertos tonos y sonidos característicos de la oralidad africana, fue uno de los instrumentos más eficaces para dar voz a la denuncia, al compromiso político y social, pero sobre todo a la realidad africana de la época que anunciaba un gran desequilibrio social y una polaridad cada vez más evidente entre las sociedades rurales y urbanas, entre la tradición y la modernidad. Mientras que la recuperación de la literatura oral fue la responsable de mantener vivos los mitos, las leyendas y los cantos de los pueblos, la literatura escrita supo recoger y dar forma al desencanto de las sociedades colonizadas, un desencanto que paradójicamente encontró su máxima expresión en un código ajeno: la lengua francesa del colonizador.  El ejercicio de reivindicación que el negro africano había comenzado con el movimiento de la Negritud, así como la multiplicidad de lenguas que  las comunidades aún cuidaban celosamente, nos invitan a reflexionar sobre los motivos que llevaron a los autores del África negra a expresarse en la lengua de su opresor.

En los años 30, con la publicación de su Antología de la nueva poesía negra y malgache de lengua francesa, Léopold Sédar Senghor inauguraría de manera simbólica la literatura africana de combate de expresión francesa. Esta nueva literatura que surge en el seno del movimiento de la Negritud ya no trataba de responder a los modelos occidentales ni a la temática del exotismo cultural, sino que ahora era la responsable de vehicular los temas de mayor preocupación e interés del mundo negro. Mucho más consciente del valor y del poder de su pluma, la nueva generación de intelectuales africanos decidió escribir en francés, una elección que, al mirarla de cerca, diríamos que se hizo sin coincidencias o inocencia alguna.

En un primer acercamiento a este fenómeno lingüístico, no nos parecería extraño que la adopción del francés como forma de expresión literaria hubiera sido una manera del africano de asimilarse a su colonizador, adquiriendo con este acto cierto nivel de dominación y poder. El doloroso pasado colonial que se vio manifestado en todos los niveles de la vida de los africanos, dejó a algunos de ellos con un cierto complejo de inferioridad que el europeo se encargó de sembrar en él. Para la mayoría de las regiones que fueron colonizadas, el francés se introdujo y se impuso como un medio de autoridad por lo que en este sentido podríamos pensar que el africano, al aceptar e integrar esta lengua a su vida diaria como una forma de identidad, estaba en realidad tratando de encontrar en ella un punto de identificación con el blanco que le permitiera integrarse a su sociedad. Esta interpretación puede en algunos casos resultar muy simplista. Para el africano, escribir en francés constituyó un acto sumamente conflictivo, pues en cierto modo esta elección se percibía como una traición a la lengua materna y una profunda exclusión del público local. Sin embargo, al adentrarnos a este mundo ambiguo, aparentemente lleno de contradicciones, podemos descubrir que tomar el arma del enemigo, lejos de ser un acto de traición, puede llegar a considerarse una gran estrategia contra él, mucho más fuerte y eficaz de lo que las armas propias podrían llegar a hacer.

Si el negro-africano quería en verdad liberarse de la sombra del colonizador y con esto recuperar y demostrar el valor de su riqueza lingüística y cultural, mucho tenía que sacrificar. El abandono de la oralidad, el desplazamiento de la lengua materna, pero sobre todo, la apropiación de los mismos códigos del opresor como principal forma de expresión, fueron algunos de los precios que los escritores africanos tuvieron que pagar para reivindicar y poner en alto el valor de su pasado, de su pueblo y de su identidad. La lengua francesa se replanteó como un instrumento de combate y liberación mediante el cual el africano fue capaz de comunicar y de hacer que el colonizador lo escuchara. El uso del francés se convirtió en una forma de desafío, pero también en la expresión de la conciencia de opresión que la misma lengua despertaba. Al hacer uso del francés, los autores africanos se acercaron al colonizador creando un lazo de comunicación y de aceptación que les permitía transmitirle fuerte y claro su mensaje revolucionario y compartirlo a la vez con los intelectuales contemporáneos. Era urgente restituir y reconocerle a una cultura entera su valor y sus rasgos de identidad aunque para eso fuera necesario combatir con el arma de su opresor.  Había que intentarlo todo y eso fue lo que se hizo. El africano tomó prestada la lengua francesa, la violó, es cierto, pero con esto logró que su voz se hiciera escuchar. Como dice Arpád Vigh : “C’est peut-être en violant la langue d’emprunt que l’écrivain assure sa survie” [6]  (1989:298).

 

Conclusión

Considerada por algunos traición y por muchos otros arma combativa, la adopción de la lengua francesa y de sus códigos de escritura como medio de expresión, de crítica y de reivindicación, significó sin duda para los pueblos del África negra uno de los conflictos lingüísticos y culturales más complejos y dolorosos que las empresas colonizadoras trajeron consigo. Buscando comprender un presente incierto y conflictivo en el que entonces distintas formas de vida se empezaban a configurar, los autores negro-africanos intentaron sincerarseen la lengua del opresor y darle una voz a su realidad. Lo que un día había sido abrazado por la oralidad y el imaginario colectivo, ahora se estaba vehiculando en un código y una lengua ajena: la del conquistador. La fuerza y la calidad literaria de esta nueva expresión negra resultan indiscutibles. Sin embargo, aún resulta incierto decir cuál ha sido el costo de este proceso, cuántas lenguas se han perdido en el camino y, sobre todo, cuál ha sido la verdadera supervivencia de la cultura ancestral de los pueblos africanos, en su riqueza y diversidad.

 

Bibliografía

Chevrier, Jacques.
1986 Essai sur les contes & récits traditionnels d’Afrique noire. L’arbre à palabres. Paris: Hatier.

Dumont, Pierre.
1990 Langue française. Paris: Larousse.

Jahn, Janheinz.
1963 Las culturas neoafricanas (trad. de Jasmin Reuter). México: FCE, Colección popular tiempo presente.

López Morales, Laura.
1996  Literatura Francófona III. África. México: FCE.

Maalouf, Amin.
1998 Les identités meurtrières. Paris: Grasset.

Midiohouan, Guy Ossito.
1986 L’idéologie dans la littérature négro-africaine d’expression française. Paris: L’Harmattan.

Moura, Jean-Marc.
1999 Littératures francophones et théorie  postcoloniale. Paris: Presses Universitaires de France.

Riesz, János.
1993 « Les littératures d’Afrique Noire vues du côté de la réception ». Revue de Littérature Comparée, núm. 265: 11-22.

SENGHOR Sédar, Léopold.
2002 Anthologie de la nouvelle poésie nègre et malgache de langue française. Paris: PUF.

Vigh, Arpád.
1989 L’identité culturelle dans les littératures de langue française. Hongrie: Presses de l’Université de Pécs.

Voisine-Jechova, Hana.
1995 « Peut-on choisir sa langue ? ». Revue de Littérature Comparée, núm. 273: 6-11.

 


 

 [1]  Roger Mercier citado por János Riesz en : 1993 «Les littératures d’Afrique Noire vues du côté de la réception », Revue de Littérature Comparée núm, 265 : 11-22.

 [2]  Una obra que no es presentada en la lengua materna del autor [es] entonces una traducción.

 [3]  Dos datos fueron mucho tiempo utilizados contra el África subsahariana: la escasez de monumentos; la inexistencia de bibliotecas. Occidente sacó de ahí el argumento para justificar su ‘misión civilizadora’ ante ‘salvajes’ sin cultura. Desde entonces, la etiqueta no ha sido fácil de arrancar y sus pedazos todavía se adhieren a nuestra piel

 [4]  Desde finales del siglo XIX, Leo Frobenius, desde Berlín, sentó las bases antropológicas de la investigación cultural de África.

 [5]  Proceso mediante el cual se da una pérdida de elementos de la propia cultura.

 [6]  Es tal vez violando la lengua del Otro que el escritor se asegura de sobrevivir.

 

 

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